En la anterior entrada sobre el Miserere que se canta con motivo de la exposición del Santo Sudario de la Catedral de Oviedo ya hemos destacado la importancia de esta singular reliquia. En suma, las fechas clave en que se expone a la devoción popular son: Viernes Santo, Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre) y su octava (21 de septiembre) más, en su caso, los festivos del tiempo de Jubileo. A ello habría que sumar ciertas ocaciones especiales que hubo a lo largo de la historia y una tendencia más reciente a ampliar el número de exposiciones. Por tanto, septiembre es una época óptima para vivir los ritos que se celebran en torno a la reliquia.
Hemos de insistir en que, para muchos de los asistentes a estos cultos, el momento de la bendición, mientras el oficiante sostiene y alza sobre sus brazos el sagrado lienzo, es una experiencia muy intensa, especialmente si los acompaña la fe, pero resulta trascendente incluso desde posturas más neutras. No es raro ver cómo las lágrimas caen silenciosamente por las mejillas de quienes, arrodillados, dudan entre bajar la cabeza (por respeto) o levantarla para contemplar aquella tela que, según la tradición, fue uno de los paños que cubrieron el cuerpo muerto del Nazareno.
En un trabajo publicado sobre el célebre Sudarium Domini de la Catedral de Oviedo, Marc Guscin señala: “La veneración al Sudario ha sido continua; baste recordar cómo ha llegado hasta nuestros días el insólito privilegio de dar la Bendición con el Santo Sudario a los fieles que llenan la Catedral en días señalados” (Véase bibliografía abajo). Al final de su texto, vuelve a aludir al privilegio de la bendición con el Santo Sudario y asegura que la veneración que se otorga al Lienzo “es algo excepcional comparada con la de cualquier otra reliquia”, para concluir que, por todo ello, desde el punto de vista de la tradición catedralicia, “nunca se ha tenido la menor duda acerca de su autenticidad, hasta el punto de haber tenido misa propia hasta el siglo XVII, en que fue suprimida por la congregación de Ritos, desatendiendo la súplica elevada por el Obispo de Oviedo en 1640”.
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Los actos del 21 de septiembre: una concentración única de tradiciones piadosas
Dentro de las fechas citadas que se han consolidado para los solemnes actos de exposición del Santo Sudario la del día 21 de septiembre adquiere una relevancia especial que no le viene por razones litúrgicas (el Viernes Santo es mucho más importante en este sentido) sino por concurrir en esa jornada varias apreciadas tradiciones de la Catedral de Oviedo. Hemos de decir que los actos del 21 ya se habrían realizado, casi de la misma manera, el día 14, aunque el 21 hay algunas novedades.
Desde la Catedral se anunciaba el magno acontecimiento hasta donde el aire lo quisiera llevar, pues lo proclamaban las campanas. En efecto, el paisaje sonoro de esos momentos se personalizaba con un particular toque de campanas. José Cuesta alude a un “complicado reglamento (...) que estuvo en vigor hasta hace muy pocos años”. Existían, según este autor, los toques ordinarios y los extraordinarios, como el de la bendición del Santo Sudario.
La segunda misa de la mañana contaba con celebrantes de fuste y con sermón de amplio aliento a cargo de miembros destacados del cabildo. Su horario se fue retrasando con el tiempo hasta establecerse e las doce. El Sudario también se muestra por la tarde. La exposición y bendición se hacían tradicionalmente desde el balcón de la Cámara Santa que da al crucero, mientras sonaba el Miserere. Pero, como señala Enrique López Fernández, esta “práctica multisecular” cambió décadas atrás en beneficio del altar mayor, citandn y resumiendo este autor acuerdos capitulares del 20 de mayo de 1982 y del 3 de marzo de 1984.
Los asistentes, siempre muy numerosos al decir de las crónicas, y en no escasa proporción procedentes de otros puntos de Asturias o de las provincias limítrofes, mostraban en ese momento unos particulares panecillos. Una información publicada en el periódico El Carbayón (20-IX-1906) narra así este momento: “Muchas personas del pueblo presentan ante el Sudario, adornados con vistosas cintas, bollitos de pan, principalmente de los que tanto agradan a los niños y gente de aldea, pintados de amarillo y figurando muchos de ellos, pájaros, cestos, diademas y adornos semejantes”. Dice el anónimo redactor de dichas líneas que los niños comen dichos bollitos al salir del templo, en tanto que muchos adultos los guardan hasta que los renuevan al año siguiente. Se trata de las “paxarines”, “páxares pintaes” de azafrán o “páxares azafranaes”, como escriben los cronistas periodísticos de los últimos dos siglos. Las cintas, de seda, eran conocidas como “medides” y las había de todos los colores y tamaños. Al igual que los panes ordinarios, las “paxarines”, los escapularios y otros objetos propios de la devoción popular, también las cintas de seda se llevaban a bendecir. La tradición es sólida y su fortaleza está bien documentada hasta el primer tercio del siglo XX. En los años difíciles de la postguerra desaparecieron algunas de estas costumbres y otras se quedaron en su mínima expresión. En 1945, por ejemplo, sólo había un puesto de “paxarines” en el atrio de la catedral, lo que lleva a un anónimo cronista de La Nueva España a recordar lo que ocurría tiempo atrás: “venta de ‘paxarines’ había hace años en la plaza de la Catedral, calles de la Platería, Rúa y hasta Cimadevilla se extendían los puestos para la venta de esos recuerdos del día de San Mateo, de escapularios, rosarios y otros objetos religiosos, y de los bollos que se llevaban a la bendición del Santo Sudario”. En 1959 no hubo ningún puesto de “paxarines”. Parecía que de estas tradiciones sólo iba a quedar el recuerdo. Mas no fue así, pues “les paxarines”, con su valor de amuleto y recuerdo, siguen siendo tradicionales hasta la fecha. Sin embargo, la venta de panes propiamente dicho –que eran de escanda y podían tener forma de cruz– para llevar a la familia o para comer en el Campo de San Francisco tras haber sido presentados al acto de la bendición con el Santo Sudario y salpicados con el agua de la hidria de Caná, ha desaparecido. En cambio, a mediados del siglo XIX, estaba muy asentado dicho uso. Según una noticia del 14 de septiembre de 1865, recogida por Protasio González Solis, “contadas serán las casas donde no se coma hoy pan bendito”.
Luego viene la apertura de la hidria a la que acabamos de referirnos; es decir, del ánfora de piedra que, según la tradición, fue una de las que había en las bodas de Caná, donde Jesús obró su primer milagro. Esto ya sólo ocurre el día de San Mateo actualmente, aunque Octavio Bellmunt y Fermín Canella recogen en su Asturias que también “se muestra al público al domingo siguiente de la octava de Reyes”. Provistos antiguamente de jarros y botellas, o bien actualmente mediante vasos de plástico que se obtienen por un pequeño importe, a modo de limosna, los fieles reciben el agua del ánfora, que, como nos cuentan las crónicas periodísticas, había de ser varias veces rellenada por los acólitos a causa de la multitud de fieles que no querían perderse ese privilegio. La hidria está guardada en una especie de hornacina en la zona del crucero, a la parte del evangelio, que sólo se abre en esta ocasión, mostrando además una imagen de San Mateo, cuya festividad patronal se celebra en Oviedo precisamente el 21 de septiembre.
A lo largo de todo el día, la catedral no dejaba de estar muy concurrida. De modo que, entre los beneficios del Jubileo de la Santa Cruz, la bendición con el Santo Sudario, las “paxarines”, el pan bendito y el agua de la hidria de Canaam, bien podemos decir que el 21 de septiembre reúne un cúmulo de actos litúrgicos, costumbres piadosas y de devoción popular verdaderamente único. Y, en medio de todo ello, el canto del Miserere, un canto alternante entre unos versículos en slmodia cantollanista y otros en fabordón, en el que quedan capas que proceden de la práctica del contrapunto repentizado sobre la melodía del canto llano, giros que se deben a una tradición parcialmente oral y, en fin, una armonía plenamente tonal, evolucionada sobre la modal que pudo tener en sus orígenes. Lo cierto es que el Miserere actúa como icono sonoro de la más preciada de las reliquias de la Catedral: el Santo Sudario.
Referencias:
Octavio Bellmunt / Fermín Canella, Asturias. Gijón, 1895. Imprenta de O. Bellmunt. Ed. facsímil de Silverio Cañada, Gijón, 1980, T. I, p. 107.
José Cuesta Fernández, Guía de la Catedral de Oviedo, Asociación de Amigos de la Catedral de Oviedo, Oviedo, 1995, p. 43.
Protasio González Solis y Cabal, Memorias Asturianas. Madrid, Tip. de Diego Pacheco, 1890, p. 485.
Mark Guscin, La Historia del Sudario de Oviedo, Oviedo, 2006, Ed. Ayuntamiento de Oviedo, pp. 28 y 185.
Enrique López Fernández, El Santo Sudario de Oviedo. Ed. Madú, Granda, 2004, p. 129.
Ilustración: detalle del estudio del fabordón en Andrés Lorente, El porqué de la música, s. XVII.
El Miserere del Santo Sudario (y 2)