viernes, 2 de octubre de 2015

Eduardo Rincón, entre rejas y pentagramas


I.
Es de sobra conocido que el Partido Comunista encabezó la lucha contra el franquismo y que ello fue así desde que acabó la guerra hasta la muerte del dictador. Y también se sabe que hubo numerosos casos de militantes represaliados, encarcelados, perseguidos o ejecutados. La biografía de Eduardo Rincón (Santander, 1924) podría ser una más en esta línea. En efecto, los años de cárcel en Santander, Burgos u Oviedo, la doble vida que tantas veces se vio obligado a llevar por su condición de activista incansable en la clandestinidad, su presencia en puntos calientes del movimiento obrero —como Bilbao o las cuencas mineras asturianas— serían ya de por sí suficientes como para dar cuerpo a una buena novela.
Pero hay algo en su trayectoria que llama poderosamente la atención y es su condición de compositor, con varias decenas de obras estrenadas en diversos lugares de Europa y con algunos discos publicados; todo lo cual no ha servido todavía para darle un lugar acorde con su valía en la historia de la música española de las últimas décadas, si exceptuamos la atenta mirada que le ha prestado la musicóloga Belén Pérez Castillo.

II.
Conocí a Eduardo Rincón de la mano de Josep Soler, en Barcelona (17/11/2011), precisamente en el acto de entrega a este último compositor del Premio “Tomás Luis de Victoria”. Me cupo el honor de realizar el discurso de homenaje al premiado y presentar una nueva edición de mi libro sobre el mismo. Ya entonces Eduardo Rincón me contó cosas muy interesantes de sus vivencias en Asturias y también acerca de su vida actual en Cataluña. Disfruté luego con su música a través de algunos discos y me convertí en un admirador de su figura tras la lectura de su hermosa, sobria y estremecedora autobiografía, titulada Cuando los pasos se alejan y publicada en 2011.

III.
Estudiar en la cárcel era una práctica común entre los presos políticos, algo muy comprensible en un lugar donde, como el poeta José Hierro le dijo a Rincón, “el tiempo no tiene sentido”. La música acompañó al compositor durante sus muchos años de presidio, incluso en los momentos más duros. Basté decir que, habiendo sido conducido en cierta ocasión a la celda de castigo, en Burgos (el artista Agustín Ibarrola también andaba en parecida situación en ese penal), consiguió camuflar un buen número de barras de bolígrafo en los entresijos de la chaqueta para poder escribir ejercicios y bosquejos sobre el único papel que le facilitaban: el higiénico.
En la cárcel de Oviedo —hoy Archivo Histórico— le ocurrió una cosa menos dramática en relación con la música y es que le requisaron sus papeles y tardaron en devolverle los de música, tras haber sido inspeccionados por un músico militar, el cual declaró que aquello “sonaba” y que no era un mensaje cifrado o cosa por el estilo. Esto ocurrió en los comienzos de la década de los 60. Meses después de esta circunstancia Rincón empezó a escribir música dodecafónica. “Me salvé por los pelos”, ironiza el compositor cántabro, porque de ser este tipo de música el analizado por el militar, tal vez no hubiese sido del todo entendido el asunto y la hipótesis de que había algo en clave (no precisamente de Sol) hubiese llevado a la retirada y pérdida definitiva de esos documentos. ¡Qué tropa!
En los 70, Rincón empezó a pasar, como analiza muy bien Belén Pérez Castillo, de un compromiso con el activismo político a un compromiso con su arte, hasta el punto, concluye esta autora, de conseguir “hacer de la música la expresión de su forma de pensar, de ser, de vivir”.

Referencias:
  • Eduardo Rincón: Cuando los pasos se alejan. Santander, Ed. La Bahía, 20111, 227 p.
    • Belén Pérez Castillo: “Eduardo Rincón: la trayectoria singular de un músico en dialéctica con el Partido Comunista”. En Allegro cum laude. Estudios musicológicos en homenaje a Emilio Casares. Ed. María Nagore / Víctor Sánchez. Madrid, ICCMU, 2014, pp. 427 – 440).

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