El pasado
6 de octubre de 2015 comenzó la temporada de conciertos en la Sociedad
Filarmónica de Oviedo. El programa nos indica que estamos en el año 109 de su
existencia y que este concierto es el número 1927. ¡Ahí es nada!
Tengo que
reconocer que mi experiencia como auditor de conciertos se configuró
principalmente en la Sociedad Filarmónica de Oviedo. En las sesiones de la
Sociedad descubrí las virtudes del silencio en la sala, la puntualidad y la
cristalina belleza que atesoraban tantas y tantas páginas de la música de
cámara. Tenía 18 años años cuando —exactamente el 9 de noviembre de 1973—, con
la firma de mi vecino Roberto Balbín, buen melómano, y la de otra persona que
él mismo buscó, fui presentado y dado de alta en la Sociedad. Muchos años
después sigue siendo para mí un ámbito especialmente querido.
En cierta
ocasión me hicieron una entrevista en el diario La Nueva España, dentro de una serie en la que
cada entrevistado se fotografiaba en su lugar predilecto de la ciudad de
Oviedo. Yo posé justo delante del Teatro Filarmónica, que no tiene una fachada
llamativa ni especialmente hermosa, pero expliqué que mi lugar preferido no era
un sitio físico sino un espacio simbólico, un tiempo y unas vivencias que aquel
teatro representaba perfectamente.
No se
olvide que es una sociedad estrictamente privada y que vive únicamente de lo
que aportamos los socios, aunque haya eventualmente algún concierto patrocinado
por el Ayuntamiento o por alguna empresa.
Hubo una
época en la que la pérdida de socios llegó a ser alarmante. Ocurrió a
principios de los cincuenta, coincidiendo con la difusión de los discos
microsurco. El optimismo con que se valoran las nuevas tecnologías no es cosa
de ahora, naturalmente, de modo que ya por entonces la propaganda de discos y
tocadiscos insistía en que cualquiera podía llevar la sala de conciertos al
salón de tu casa adquiriendo dichos productos.
El
problema actual es la falta de renovación generacional en el público. Era un
muchacho cuando ingresé en la Sociedad y había otros de mi edad, pero ahora
escasea mucho la gente joven. Los mayores de entonces han ido desapareciendo
por ley de vida y uno sigue siendo, a los 60, de los más jóvenes en butaca de
patio.
Desde hace
muchos años está de presidente don Jaime Álvarez-Buylla,
médico retirado y melómano muy querido en Oviedo. La Sociedad, como dijimos, es
un templo de la música de cámara, pero los gustos propenden a lo convencional,
al canon.
Un amigo
muy cercano tiene la teoria de que a la Filarmónica hay que aceptarla como es y
que resulta prácticamente imposible cambiarla. Me dijo un día que intentar que
la Filarmónica sea de otra manera era como pretender transformar el bar La
Perla, aquella antigua taberna situada frente al teatro Campoamor, hoy
desaparecida, que tanto le gustaba al director de cine José Luis Garci. Pero
tal vez no todo sea tan inamovible, al menos eso pensé al enterarme de que la
Sociedad ya estaba en las redes sociales, iniciativa en la que tiene mucho que
ver la musicóloga Diana Díaz.
En todo
caso, acudimos a los conciertos de la Filarmónica disfrutando de lo que se nos
ofrece, complacidos por pertenecer a una sociedad que alimentó los gustos musicales
de varias generaciones de ovetenses, a veces incluso casi en solitario y en medio
de no pocas dificultades. He aquí, pues, un buen ejemplo del triunfo de la
sociedad civil.
La Sociedad Filarmónica de Oviedo: una huella imborrable