Tras medio siglo
largo como lector reparo en que hubiese estado bien haber tomado algunos
apuntes de lo leído. No me refiero al tipo de notas que realizo cuando hago
lecturas académicas, sino a simples impresiones sobre aquellos aspectos que me
han llamado más la atención en las lecturas puramente literarias. Esta
disciplina hubiese tenido muchas ventajas. Me serviría, por ejemplo, para
consultar dichas anotaciones años después de haberlas escrito. Seguro que
hubiese resultado un ejercicio muy instructivo. Y, sobre todo, sería muy útil
para comparar las cosas que me interesaron en una primera lectura con los matices
descubiertos en lecturas ulteriores, pues soy lector que vuelve con frecuencia
a los libros ya leídos.
Ganivet decía que nunca tomaba notas y que de sus lecturas le quedaban unas cosas y se olvidaba de otras; o sea, que conservaba lo que era de su interés y se despreocupaba de aquellas ideas que no habían calado lo suficiente como para anclarse en su memoria sin esfuerzos adicionales. Por eso, una vez leído un libro, le entraban ganas de regalarlo.
Por el contrario, yo vuelvo a los mismos libros cada cierto tiempo y me ocurre con estos reencuentros como cuando regreso a una ciudad tras llevar unos cuantos años sin haberla visitado: descubro nuevos rincones, nuevos ángulos y luces que siguen dibujando en mi alma el mapa espiritual de la misma.
A estas alturas de mi vida leo un simple cuento y me vienen a la cabeza hilos de los que tirar, interpretaciones variadas y posibles relaciones con otros asuntos, en suma, que casi cualquier lectura me abre los ojos a otros mundos, unos ya explorados y otros simplemente intuidos. E incluso he empezado a tomar algunas notas de ciertas lecturas literarias. Más adelante —cuando tal vez ya no tenga tiempo ni para releer—,consultaré esos materiales y me transportarán a la atmósfera espiritual que viví cuando me entretenía con las ficciones de las que proceden.
Ganivet decía que nunca tomaba notas y que de sus lecturas le quedaban unas cosas y se olvidaba de otras; o sea, que conservaba lo que era de su interés y se despreocupaba de aquellas ideas que no habían calado lo suficiente como para anclarse en su memoria sin esfuerzos adicionales. Por eso, una vez leído un libro, le entraban ganas de regalarlo.
Por el contrario, yo vuelvo a los mismos libros cada cierto tiempo y me ocurre con estos reencuentros como cuando regreso a una ciudad tras llevar unos cuantos años sin haberla visitado: descubro nuevos rincones, nuevos ángulos y luces que siguen dibujando en mi alma el mapa espiritual de la misma.
A estas alturas de mi vida leo un simple cuento y me vienen a la cabeza hilos de los que tirar, interpretaciones variadas y posibles relaciones con otros asuntos, en suma, que casi cualquier lectura me abre los ojos a otros mundos, unos ya explorados y otros simplemente intuidos. E incluso he empezado a tomar algunas notas de ciertas lecturas literarias. Más adelante —cuando tal vez ya no tenga tiempo ni para releer—,consultaré esos materiales y me transportarán a la atmósfera espiritual que viví cuando me entretenía con las ficciones de las que proceden.
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