Conocí a Miguel Ángel Coria (Madrid,
1937-2016) en un curso de verano, dirigido por el profesor Emilio Casares, que
la Universidad de Oviedo organizaba en Gijón. Corría el año 1980. Fue en ese
contexto (determinante, por lo que ahora veo) donde surgió la posibilidad de
estudiar la música de Ramón Barce y donde, al año siguiente, pude captar un
destello de los planteamientos estéticos y éticos de Josep Soler, a quien mucho
después también dedicaría particular atención investigadora. Y fue
efectivamente en ese mismo marco donde escuche por primera vez la palabra amena
y mordaz de Miguel Ángel Coria. Desde entonces, este compositor pasó a ser
objeto de mi interés y de mi admiración.
La mayor parte de los creadores
participantes en aquellos cursos de verano de 1980 y 1981 dejaron testimonio
escrito de sus opiniones artísticas en el libro 14 compositores españoles de
hoy. Este libro fue
realmente pionero en el entonces raro género de las publicaciones que dejaban
oír su voz, con toda libertad, a los compositores más inquietos del momento.
Si las diferencias que existían entre
aquellos compositores a la hora de exponer oralmente su poética eran notables,
su manera de enfrentarse a un texto autoanalítico ofrecía contrastes aún más
acusados y nada inocentes: unos se ocultaban y no iban al grano, otros
redactaban con evidente dificultad unos párrafos más bien escolares y otros, en
fin, bordaron unos textos/testimonios que constituyen una fuente inapreciable
para la comprensión de ciertos aspectos de la música española.
Miguel Ángel Coria formaba parte de este
último grupo, pero, además, su reflexión nos llegaba bajo una forma elegante y
llena de sutilezas, lo cual cautivó de inmediato al autor de estas líneas. Las
oportunidades de seguir tratándole se incrementaron en los primeros años de la
década de los ochenta. Pasaba temporadas en Madrid, asistía a los conciertos de
la Asociación de Compositores Sinfónicos Españoles —con cuyos directivos, entre
ellos Coria, Barce, Paco Cano, Carlos Cruz de Castro, Agustín González Acilu y
Miguel Alonso, compartí alguna cena en el Fabas y no pocas conversaciones— y
fui recibido en la casa del compositor a quien ahora dedico estas líneas.
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El nombramiento de Miguel Ángel Coria como asesor artístico de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, en 1991, propició nuevos encuentros, ahora en Oviedo. Por fin, hace unos años, sentí la necesidad de comenzar a escribir un libro que responde en primera instancia al gusto que siempre me suscitó la obra de este gran compositor madrileño.
Lamentablemente no ha sido posible
ofrecérselo en vida, como merecido homenaje a su sugerente trayectoria
compositiva. Pude, eso sí, dedicarle atención en diversas publicaciones
recientes, algunas de merecido prestigio musicológico, pero le queda a uno la
espina de no haber culminado la obra a tiempo. Máxime después de haber accedido
gracias a su generosidad a los materiales necesarios para indagar en su primera
etapa como creador, prácticamente desconocida. No es que Coria reniegue de
ella, desde luego. De hecho, solía decir que sin esas obras de los 60 no
hubiese llegado a la etapa abierta a principios de los 70, deslumbrante en
juegos intertextuales, ironía y recursos posmodernos de extrema sutileza.
Ahora sé que esa etapa arrinconada reviste
un extraordinario interés, que nos muestra las dudas y las búsquedas de los
jóvenes compositores en los años 60 y sus relaciones con la Escuela de Viena,
la música electrónica y electroacústica, la aleatoriedad, entre otras
tendencias. Ahora sé, insisto, que sus obras más conocidas y tantas veces
interpretadas por distinguidos intérpretes y prquestas de muchos países no se
explican sin aquellas que le fueron curtiendo como compositor.
Y no se me escapa tampoco que, además de
por la música que compuso, Coria ha de ser valorado por su labor como escritor
musical de afilada pluma y pensamiento abiertamente progresista, muchas veces
con tintes libertarios; y no menos por sus años de gestor al frente de diversas
entidades musicales (como la Orquesta de RTVE) o de asesor y hombre clave en el
Concurso de Composición Reina Sofía, entre otros.
***
M. A. Coria levaba años alejado de la actividad pública. No era un compositor que viviese obsesionado con su obra, ni mucho menos. Uno puede echar una mano a sus creaciones, pero que se mantengan en el repertorio (incluso en el muy limitado de la música española contemporánea) es una carga que no se puede llevar si las propias obras no encuentran su lugar y se hacen un hueco por su peso, calidad, oportunidad u otras razones.
Por lo mismo, tampoco sentía la necesidad
casi compulsiva que otros colegas sienten por componer. Eso sí, sus creaciones
no fueron escritas para dormir el sueño de los justos en un cajón. Tuvo la
fortuna de recibir los suficientes encargos como para asegurar al menos el
estreno de casi toda su producción.Su catálogo es breve, eso es evidente. Pero
se suele olvidar un detalle y es que Coria era un perfeccionista y que casi
nunca, como Falla, daba una obra por concluida. Él decía que componía poco por
vagancia, pero eso no deja de ser una boutade, pues su arte no es el de la producción en serie
sino el de la más esmerada orfebrería.
Muchas cosas podría contar sobre Miguel
Ángel Coria, mas el objeto de estas líneas es sólo rendirle tributo en los días
aciagos de su fallecimiento, ocurrido el miércoles, 24 de febrero de 2016.
¡Que descanses en paz, mi buen amigo
Miguel Ángel!
Foto: Coria en la boda de Ramón Barce y Elena Martín. Foto de A. Medina.
Un tributo certero y emocionado. Muchas gracias, Ángel.
ResponderEliminarGracias a ti de nuevo por seguir tan atentamente este rincón de la web.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras. Marisa Coria Garín.
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