Josep Soler
cumple 81 años este 25 de marzo. Que caiga precisamente en Viernes Santo no le
viene mal a un autor que ha experimentado la pasión (el paso, el sufrimiento,
el sacrificio, el sueño de la redención) y que ha escrito abundante música
relacionada con la Semana Santa.
Las siguientes líneas celebran el propio hecho del aniversario y, muy en particular, que el maestro catalán se encuentre con las mismas ganas de siempre para seguir creando. Como él suele decir, “nadie lo va a hacer por mí”.
Las siguientes líneas celebran el propio hecho del aniversario y, muy en particular, que el maestro catalán se encuentre con las mismas ganas de siempre para seguir creando. Como él suele decir, “nadie lo va a hacer por mí”.
Desde que lo
conocí (en 1980) he tratado de estar al tanto de su obra. Y he permanecido en
contacto con él hasta el presente. De hecho, hace sólo unos días hablábamos por
teléfono y me contaba sus actuales proyectos, con un libro en prensa (que
incluye poesía, teatro y ensayo) y un par de discos en ciernes. Discos que son
una especie de antología que arranca nada menos que con el Himno de
Oxirrinco
(s. III) y que va recorriendo esas fuentes medievales que tanto le/nos gustan (Musica
enchiriadis, Winchester, Cotton, Guido, la misa de Barcelona…), al
tiempo que se deja un espacio para determinadas creaciones actuales.
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Profeso
hacia Josep Soler una mezcla de admiración, amistad y asombro. Y ya en la
citada fecha de 1980 —disertaba el maestro en un curso de verano celebrado en
Gijón— me llamó la atención el recuerdo que tuvo para sus maestros y el tiempo
que dedicó a algunos de sus discípulos. En cierto modo, ese hecho indicaba que
se veía a sí mismo como un eslabón entre unos (los maestros) y otros (los
discípulos). Aceptar este hecho es pensar en términos de absoluta humildad.
Otros juzgarán cómo ha sido el eslabón que él representa, pero nadie negará su
lugar y engarce en esa cadena.
En 2011 tuve
la satisfacción de pronunciar la laudatio en su honor con motivo de la entrega en
Barcelona del Premio de Composición Iberoamericana “Tomás Luis de Victoria”.
Recuerdo que en aquella intervención
insistí en su gusto por la historia musical de cualquier época, algo que
acababa de reflejar en mi aportación a un libro colectivo coordinado por Joan
Cuscó, cuya referencia figura al final de estas líneas. Este aspecto —sólo uno
de entre las decenas que componen su poliédrica personalidad— es el que me
permito reiterar aquí a modo de felicitación.
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Es, pues,
indudable que Soler ha sabido insertarse en una tradición. El compositor
practica el respeto a los maestros con especial generosidad. No sólo fue uno de
los más ilustres discípulos de Cristófor Taltabull, sino que ha sabido poner a
su principal maestro en el lugar que merece (mediante ediciones, estudios o
fomentando interpretaciones de su obra) como el auténtico “hombre providencial
para la música de Cataluña” por utilizar una expresión con la que el propio
Soler tituló uno de sus trabajos sobre Taltabull. Por supuesto, los consejos y
las orientaciones de René Leibowitz fueron muy útiles, pero la deuda con
Taltabull es mucho más evidente y Soler ha sabido devolver con creces al mundo
musical los saberes aprendidos con su maestro.
Pero hay que
decir que Soler ya era compositor antes de conocer a Taltabull a principios de
los 60. Lo era de una manera natural e inevitable, como se es latino, por
ejemplo. De hecho, las primeras
obras del compositor datan de 1951, cuando era un quinceañero. Y aquí Soler da
una gran lección a muchos compositores que reniegan de sus obras y que sólo
parecen estar a gusto con lo que traen entre manos en cada momento. Soler no es
un compositor saturnal que se coma a sus hijos. Como él mismo ha dicho “¿Qué
raro Saturno se atrevería a comer aquello que fue de él mismo y que logró
expulsar, con dificultad, de sus vientres?”.
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La mirada hacia los
maestros no se limita a quienes lo fueron de manera efectiva y directa. En
realidad, la producción soleriana está siempre impregnada de historias y de
historia.
Decimos de historias por la presencia de
textos, argumentos o libretos procedentes de las más variadas literaturas que
informan su música vocal y escénica. Hay textos de Séneca, Sófocles, de la
Biblia, de su muy amado Rilke, de Shakespeare, Ronsard, Flaubert, Baudelaire,
Mallarmé, Mary Shelley, Calderón, Verdaguer, de los poetas persas. como Rumi, y
de muchos más.
Y siempre se detecta, incluso
en las obras instrumentales, como un fondo literario, una disculpa, un motivo
de inspiración, una sugerencia en el título que resultan inseparables del
resultado final.
Pero también hablamos de
historia y de historia de la música en particular. Sus creaciones, como ya hemos
escrito, dialogan con otras creaciones y recorren todas las amplias provincias
de la intertextualidad, mediante la cita más o menos literal, más o menos
oculta, los ecos, las alusiones, el collage en alguna rara ocasión,
incluso mediante la asunción de los procedimientos técnicos o los
planteamientos estéticos de quienes le han precedido.
Lo anterior no sitúa a
Soler de ninguna manera en el ámbito del eclecticismo, ni del revivalismo, ni
al lado de los compositores especialistas en revisitar la historia desde una
cierta distancia llena de guiños cómplices para el oyente. No, en Soler el peso
de la historia muchas veces casi ni se nota. O, por el contrario, se hace
explícito sin más alharacas. O discurre por sus pentagramas con la misma
naturalidad con la que el agua de los ríos contiene la de sus afluentes.
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Si la Antigüedad clásica es
un referente para Soler en textos, mitos y lenguas, la Edad Media ya se muestra
como un universo de incesante atracción para nuestro compositor. En los siglos
medios hubo un amplio espacio para el sentido de lo trascendente, para el vuelo
teológico y para una lenta pero imparable evolución musical. Por eso la música
medieval tiene en Soler una amplia resonancia.
El canto gregoriano, por
ejemplo, suena en un buen número de sus obras. El Llibre per l´orgue de
Santa María de Vilafranca es, sin duda, un ejemplo significativo.
La monodia litúrgica
visigótico-mozárabe también fue fértil, y ahí la Melodía para el Álbum de Collien Honegger, con base en la liturgia
para el entierro de párvulos.
La música de Notre Dame,
polifonía en torno a 1200, subyugó a Soler desde épocas muy tempranas. Hay
compositores europeos que han sabido aprovechar este repertorio, como Arvo
Pärt, pero Soler ya la había integrado en su producción desde los primeros años
sesenta.
No falta tampoco la mirada
a la música catalana medieval, sin duda cimera en las polifonías del Llibre
Vermell.
El período postrero de la
Edad Media, con la figura gigante de Guillaume de Machaut, fue también motivo
de alguna deuda soleriana con el pasado. Dos piezas, ambas de 1995, tituladas Ma
fin est mon commencement, toman el título de la célebre obra del francés, así como su
procedimiento de retrogradación, aunque ambas son muy distintas entre sí.
Pero Soler no se ha
detenido en la Edad Media sino que ha seguido dialogando con otros períodos,
desde el mundo perfecto y cristalino de la polifonía renacentista, pasando por
Couperin, Purcell, Bach, Mozart, Schubert, Beethoven, Listz, Wagner, R.
Strauss, Schoenberg, Berg, entre otros muchos. Y no se trata sólo de que recoja
técnicas concretas de unos y otros, de que componga ciertas páginas de homenaje
“a la manera de”, sino que, en cuanto a algunos creadores, se transforma en
un continuador y un auténtico heredero. Eso podemos asegurarlo para el caso de
Wagner, de quien toma la utopía de la obra de arte total, la idea de redención
y el gusto por ese mágico instante armónico que es el célebre “acorde de
Tristán”, a partir del cual creó un completo y eficiente sistema armónico con
el que trabaja desde los años ochenta. Con ese sistema y su sabiduría en
términos de orquestación ha creado un gran corpus compositivo de inconfundible
perfil y capaz de reencontrar la comunicación con el oyente, tantas veces
perdida en los años más belicosos de las vanguardias.
Soler nos demuestra que no
hay manera de hacer tabula rasa. La historia pesa y no cabe obviarla. No sólo eso.
Soler se sabe y se ve formando parte de una cadena, conocedor de un legado que
ha de transformar en su obra y mostrar a las siguientes generaciones. Lo que
ocurre es que, en su análisis, la situación no puede ser más conflictiva y tal
vez sólo le quede al compositor (asumiendo muy adorniamente todos los males del
mundo) la disyuntiva de enmudecer o de recoger entre las ruinas algunos
sillares,
por emplear una imagen muy de su gusto, con los que empezar a erigir una nueva
etapa donde el arte vuelva a adquirir esa capacidad de diálogo con lo
trascendente que la sociedad actual parece haber olvidado.
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Una cosa más. ¿Qué sociedad
es ésta que permite que un maestro indiscutible como Josep Soler cumpla 80 años
en 2015 y haya llegado a los 81 este 25 de marzo de 2016 sin que durante dicho
período se sucediesen las celebraciones y homenajes? No es que le falten
honores y distinciones al maestro de Vilafranca. Los tiene y algunos de ellos
son muy prestigiosos. Los acepta con gratitud, pero también ha sabido rechazar cierto galardón ministerial por una elemental cuestión de principios.
De modo que detectamos falta de sensibilidad en los responsables de la programación y de la gestión de
la cultura musical. ¿Tendrá razón Soler para encastillarse en ese pesimismo que
es casi una seña de identidad de su posición ante la vida y que, con todo, no
afecta a su ser más hondo, que es la propia creación?
La crisis, a lo que se ve,
no sólo es económica.
Referencias:
Texto parcialmente extractado de Ángel Medina: “Josep
Soler: La historia y la inspiración, la noche y la luz”. En Joan Cuscó (ed.): Josep
Soler i Sardà: componer y vivir, pp.
7-14. Zaragoza, Libros del innombrable, 2010. Ángel Medina: “Josep Soler: la historia i la inspiració, la
nit i la llum”. En Joan Cuscó (ed.): Josep Soler i Sardá. Compondre i viure, pp. 7-13. Vilafranca del Penedès, Propostes
Culturals Andana, 2010.
Fotos:
—Soler en Oviedo (1991). Foto de Ángel Medina.
—Funda del CD que acompaña el libro editado con motivo de la entrega del
Premio SGAE de la Música Iberoamericana “Tomás Luis de Victoria”. Angel Medina:
Josep Soler. Música de la psión.
Madrid, Fundación Autor, 2011.
Josep Soler: cumpleaños a pie de obra