Cuenta Plutarco, citando
una fuente no conservada de Aristoxeno, el caso de Telesias de Tebas como
ejemplo de las ventajas de una buena educación musical. En efecto, este hombre
gozó de una exquisita formación que incluía el estar familiarizado con las
composiciones de Píndaro y otros líricos, además de ser un magnífico intérprete
de aulós y de conocer “de forma apropiada las demás ramas de la cultura
musical”.
De modo que, en su
juventud, la educación musical recibida no pudo haber sido más completa. Pero he aquí
que ya en la edad provecta, según Plutarco, “fue tan fuertemente seducido por
la variada música del teatro, que llegó a despreciar aquellas nobles
composiciones, en las que había sido educado, y aprendió cuidadosamente las de
Filóxeno y Timoteo, y entre ellas las más complejas y las que presentaban mayor
novedad”.
Repárese en qué dos pájaros
se centra el narrador para ilustrar la supuesta degeneración en la que había
caído Telesias. Por un lado, el artificioso Filoxeno; por otro, Timoteo, aquel
“pelirrojo de Mileto”, aún mucho peor que el primero si hacemos caso a Ferécrates, pues lo moteja poco menos que de violador. Así lo asegura la personificación
de la Música en una de sus comedias:
“Y si me encuentra por
casualidad paseando sola,
me desgarra y me destruye
con sus doce cuerdas”.
Refiere Plutarco que, caído
Telesias en manos de semejantes modelos, marcados como vimos por la complejidad
y la novedad, “intentó componer música y experimentó en ambos estilos, el de
Píndaro y el de Filóxeno”.
¿Y qué fue lo que ocurrió?
Pues ni más ni menos que “no consiguió éxito en el estilo de Filóxeno, a causa
de la excelente educación recibida desde niño”.
La historia resultaría casi
conmovedora y muy edificante si no tuviese un lado oscuro. El cronista sigue
los planteamientos más estrictos de la teoría platónica. Por esta razón
aconseja al que desee hacer música “de forma noble y con buen gusto, que imite
el estilo antiguo y, además, complete este aprendizaje con las otras
disciplinas, y reconozca como maestra a la filosofía”. Nada que objetar sobre
el conocimiento de otras disciplinas, todo bajo la visión más amplia de la
filosofía, pero lo de la imitación del estilo antiguo resulta más problemático.
Lo que Platón sostuvo en Las
Leyes y en
otros escritos es que de ningún modo se ha de innovar. Los niños han de jugar a
los mismos juegos, cantar las mismas canciones y no añadir cosas de
su cosecha. Los encargados de la educación canalizarán la espontaneidad y vigilarán que
los músicos no se recreen en preludios e interludios (como hacen a veces los
guitarristas en el flamenco con sus falsetas, hasta el punto de exasperar a
los cantaores), que no se usen instrumentos complejos, de muchas cuerdas o capaces
de muchas modulaciones, que no haya mezcolanza de ritmos, en fin, que la música
sea siempre una, noble, antigua, inmóvil como un lago helado.
Afortunadamente, el talento
y la creatividad no pueden ser detenidos por leyes o filosofías tan severas. De
manera que siempre acaban surgiendo los filoxenos y los timoteos de turno que, en
un proceso típicamente helenístico, insuflan humanidad, pasión y emociones
allí donde sólo había formas equilibradas y perfectas.
Por eso, para Plutarco, unos tipos como Filoxeno y Timoteo son del
todo odiosos. Básicamente porque hacen frente al canon, a la gran tradición,
sobria y honorable, del clasicismo griego. Pero para los que somos un poco más
inquietos y abiertos de miras, estos dos músicos representan los arquetipos de
lo que luego habrían de ser figuras como Phillipe de Vitry, Gesualdo o
Schoenberg, artistas que cuestionaron en parte o totalmente (y en épocas tan
distintas) lo que la sociedad daba como establecido en su tiempo.
Timoteo y Filoxeno
ampliaron fronteras, discutieron legalidades, incorporaron lenguajes que
buscaban “la mayor novedad”, descreyeron del sistema, perdieron el rictus de la
seriedad y dieron cabida al juego y al hedonismo. O eso cabe deducir por este tipo
de testimonios, pues ya se sabe lo poco que queda de la música griega.
Por eso algunos de los que
escribieron la historia los tratan como apestados. Pero
aquí, en el territorio sin muros de El Otro a Ratos, tienen su casa y son recibidos
con todos los honores. Y añado que también la tiene Telesias, pues no fue
víctima del dogma o de la ignorancia sino que, después de conocer lo nuevo y lo
viejo, su musa le llevó a ser fiel a la tradición. ¡Qué se le va a hacer!
Referencia:
Las citas, incluida la de Aristófanes,
proceden del tratado Sobre música, atribuido a Plutarco. Puede consultarse en
Plutarco: Obras morales y de costumbres (Moralia XIII). Introducción, traducción y
notas de José García López y Alicia Moral Prtiz. Ed. Gredos, Madrid, 2004.
Ilustración:
Pindaro, grabado de la Storia
della Musica.
T. III, del P. Martini, Bologna, 1781.
La irreductible buena educación musical de Telesias de Tebas