jueves, 2 de marzo de 2017

Cuenta Plutarco, citando una fuente no conservada de Aristoxeno, el caso de Telesias de Tebas como ejemplo de las ventajas de una buena educación musical. En efecto, este hombre gozó de una exquisita formación que incluía el estar familiarizado con las composiciones de Píndaro y otros líricos, además de ser un magnífico intérprete de aulós y de conocer “de forma apropiada las demás ramas de la cultura musical”.
De modo que, en su juventud, la educación musical recibida no pudo haber sido más completa. Pero he aquí que ya en la edad provecta, según Plutarco, “fue tan fuertemente seducido por la variada música del teatro, que llegó a despreciar aquellas nobles composiciones, en las que había sido educado, y aprendió cuidadosamente las de Filóxeno y Timoteo, y entre ellas las más complejas y las que presentaban mayor novedad”.
Repárese en qué dos pájaros se centra el narrador para ilustrar la supuesta degeneración en la que había caído Telesias. Por un lado, el artificioso Filoxeno; por otro, Timoteo, aquel “pelirrojo de Mileto”, aún mucho peor que el primero si hacemos caso a Ferécrates, pues lo moteja poco menos que de violador. Así lo asegura la personificación de la Música en una de sus comedias:
“Y si me encuentra por casualidad paseando sola,
me desgarra y me destruye con sus doce cuerdas”.
Refiere Plutarco que, caído Telesias en manos de semejantes modelos, marcados como vimos por la complejidad y la novedad, “intentó componer música y experimentó en ambos estilos, el de Píndaro y el de Filóxeno”.
¿Y qué fue lo que ocurrió? Pues ni más ni menos que “no consiguió éxito en el estilo de Filóxeno, a causa de la excelente educación recibida desde niño”.
La historia resultaría casi conmovedora y muy edificante si no tuviese un lado oscuro. El cronista sigue los planteamientos más estrictos de la teoría platónica. Por esta razón aconseja al que desee hacer música “de forma noble y con buen gusto, que imite el estilo antiguo y, además, complete este aprendizaje con las otras disciplinas, y reconozca como maestra a la filosofía”. Nada que objetar sobre el conocimiento de otras disciplinas, todo bajo la visión más amplia de la filosofía, pero lo de la imitación del estilo antiguo resulta más problemático.
Lo que Platón sostuvo en Las Leyes y en otros escritos es que de ningún modo se ha de innovar. Los niños han de jugar a los mismos juegos, cantar las mismas canciones y no añadir cosas de su cosecha. Los encargados de la educación canalizarán la espontaneidad y vigilarán que los músicos no se recreen en preludios e interludios (como hacen a veces los guitarristas en el flamenco con sus falsetas, hasta el punto de exasperar a los cantaores), que no se usen instrumentos complejos, de muchas cuerdas o capaces de muchas modulaciones, que no haya mezcolanza de ritmos, en fin, que la música sea siempre una, noble, antigua, inmóvil como un lago helado.
Afortunadamente, el talento y la creatividad no pueden ser detenidos por leyes o filosofías tan severas. De manera que siempre acaban surgiendo los filoxenos y los timoteos de turno que, en un proceso típicamente helenístico, insuflan humanidad, pasión y emociones allí donde sólo había formas equilibradas y perfectas.
Por eso, para Plutarco, unos tipos como Filoxeno y Timoteo son del todo odiosos. Básicamente porque hacen frente al canon, a la gran tradición, sobria y honorable, del clasicismo griego. Pero para los que somos un poco más inquietos y abiertos de miras, estos dos músicos representan los arquetipos de lo que luego habrían de ser figuras como Phillipe de Vitry, Gesualdo o Schoenberg, artistas que cuestionaron en parte o totalmente (y en épocas tan distintas) lo que la sociedad daba como establecido en su tiempo.
Timoteo y Filoxeno ampliaron fronteras, discutieron legalidades, incorporaron lenguajes que buscaban “la mayor novedad”, descreyeron del sistema, perdieron el rictus de la seriedad y dieron cabida al juego y al hedonismo. O eso cabe deducir por este tipo de testimonios, pues ya se sabe lo poco que queda de la música griega.
Por eso algunos de los que escribieron la historia los tratan como apestados. Pero aquí, en el territorio sin muros de El Otro a Ratos, tienen su casa y son recibidos con todos los honores. Y añado que también la tiene Telesias, pues no fue víctima del dogma o de la ignorancia sino que, después de conocer lo nuevo y lo viejo, su musa le llevó a ser fiel a la tradición. ¡Qué se le va a hacer!

Referencia:
Las citas, incluida la de Aristófanes, proceden del tratado Sobre música, atribuido a Plutarco. Puede consultarse en Plutarco: Obras morales y de costumbres (Moralia XIII). Introducción, traducción y notas de José García López y Alicia Moral Prtiz. Ed. Gredos, Madrid, 2004.

Ilustración:
Pindaro, grabado de la Storia della Musica. T. III, del P. Martini, Bologna, 1781.

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