sábado, 31 de octubre de 2015


I.
Cuando en 1995 se celebraron los 25 años de la fundación de una emblemática agrupación coral asturiana, la Capilla Polifónica ‘Ciudad de Oviedo’, tuve la grata oportunidad de pronunciar unas palabras de homenaje a don Alfredo de la Roza, a modo de preludio de su actuación al frente de la Escolanía San Salvador. Obtuvo aquella sesión una gran acogida, incluyendo la presencia del arzobispo de Oviedo, don Gabino Díaz Merchán, y del vicario de la Diócesis, don Javier Gómez Cuesta. Por su parte, don Alfredo dirigió a la Escolanía San Salvador en un cálido y hermoso concierto, en el que cantaron niños y niñas que hoy ya no lo son, pero que mantienen viva su admiración hacia don Alfredo a través de iniciativas como el Ciclo de música sacra ‘Maestro De la Roza’.

Entre los escolanos que participaron es ese concierto estaban algunos que habían mudado la voz, de modo que el coro, habitualmente de voces blancas, abordó un repertorio que extendía sus registros vocales hacia el ámbito de los graves. Entre esos chicos y chicas que se resistían a dejar la Escolanía hubo varios —como Gaspar Muñiz Álvarez, Ignacio Rico Suárez o la organista Elisa García Martínez— que después de haber aprendido mucho del maestro en vida de éste, han sabido enaltecer su memoria tras su muerte.

Detalle de un retrato de don Alfredo de la Roza, tomado de la foto presentada para la oposición al magisterio de capilla. Su autor es José Cuadra Sánchez. Propiedad y cortesía de don Gaspar Muñiz Álvarez, discípulo del maestro y continuador de su obra en la Escolanía San Salvador.
II.
Por muchos motivos tengo un recuerdo muy cercano y especial de don Alfredo de la Roza que arranca de los momentos en que el maestro colaboró generosamente con las actividades de la Universidad, en los primeros años ochenta. Y por eso quiero hoy —cuando se cumplen 11 años de su muerte—, como en el cálido homenaje de 1995 antes citado, hacer mención de su prolongado magisterio musical en Oviedo y, si bien se mira, en toda Asturias, con ecos que en el mundo coral y litúrgico fueron más allá de los propios límites regionales.
Alfredo de la Roza Campo vio la luz en Santa Marina de Cuclillos (Siero, Asturias) el 5 de diciembre de 1925. En 1932 la familia se traslada a La Felguera y es en esta industriosa localidad donde se iniciaría en los secretos de la música. Estudiaba por entonces en las Escuelas Cristianas de los Hermanos de La Salle o, dicho en román paladino, Colegio Lasalle. En esa localidad tuvo la guía espléndida de don Ángel Curto, director de la Banda de Langreo y músico benéfico para la cultura musical asturiana y particularmente para las distintas localidades del valle minero del Nalón.
Al ingresar ya de lleno en la carrera eclesiástica, con estudios en Covadonga (1939), luego cerca de Tapia, por fin en Valdediós, hasta instalarse en el Seminario de Oviedo —aún en plena construcción—, donde se ordenaría sacerdote en 1951, Alfredo tiene esa ventaja musical sobre sus compañeros. Pero sigue aprendiendo, ahora de la mano de don Eugenio García Antuña, organista y maestro de capilla de la Catedral y profesor de música en el Seminario. Ya en 1950, por tanto antes de ordenarse, era la mano derecha de García Antuña en esta última responsabilidad y no mucho después, en 1952, asume las labores de docencia musical y dirección de la Schola Cantorum del Seminario. De modo similar, se hace cargo de las responsabilidades musicales de la Catedral, ocupando oficialmente el puesto de maestro de capilla en 1958, cargo que ostentó hasta el día de su muerte, acaecida el 31 de octubre de 2004. Don Alfredo fue un gran asturiano, noble amigo, quintaesencia del laureado Ochote Principado, figura indispensable en la Federación Coral Asturiana, melómano exigente, viajero experimentado, sobresaliente aficionado a la fotografía y al cine y muchas cosas más imposibles de resumir en estas líneas. De su personalidad fecunda y poliédrica estamos recordando sólo unos pocos detalles, que deseamos sean suficientes para presentarlo a quien no tuvo la suerte de conocerlo.
El Seminario Metropolitano de Oviedo fue, en verdad, el ámbito donde don Alfredo desarrolló la mejor parte de su magisterio musical. Mas esta circunstancia no tuvo siempre las mismas características y no se explica sin algunas precisiones. Es oportuno recordar al arzobispo don Javier Lauzurica, un vasco formado nada menos que en Comillas, en la escuela musical del P. Otaño (que luego continuaría nuestro P. Prieto), porque dio un impulso extraordinario a la actividad musical del Seminario. De hecho, hizo venir a don Ignacio María Olaizola Arrieta, nombrándolo rector del Seminario en 1949, aunque aquí lo traemos a colación como responsable de las enseñanzas de canto gregoriano, en el que también se instruían los seminaristas.

III.
La Schola Cantorum, nos recuerda don Agustín Hevia Ballina en su libro sobre este centro eclesiástico, era "comitiva oficial del Prelado en todas sus actuaciones de carácter solemne". También es necesario advertir que el Seminario tenía por entonces más de trescientos alumnos, de los que unos noventa formaban parte de la Schola.
La Schola Cantorum del Seminario ovetense estaba pues formada en sus mejores momentos por casi un centenar de voces, todas ellas bien educadas musicalmente. El solfeo era diario, y hasta en los recreos se reunían para cantar y ensayar. Por eso, cuantos seguimos la trayectoria de no pocas personalidades de la música coral, como Ignacio Lajara, Fernando Menéndez Viejo o Manuel Ovín -por citar sólo algunos de los muchos nombres posibles-, encontramos siempre un momento de su formación y de su su trabajo que está en deuda con aquella etapa y con las enseñanzas musicales de don Alfredo en el Seminario.
Cuando se celebró la inauguración del actual Seminario, a mediados de noviembre de 1954, con asistencia como madrina de la esposa del Jefe del Estado, Carmen Polo de Franco. y del Nuncio Apostólico, la Schola tuvo también un destacado papel, siempre bajo la dirección de don Alfredo. Aquel día sonó Como la flor, de Torner, una Giraldilla de Benedicto y el asturianísimo Axuntábense, con gran entusiasmo del Nuncio de Su Santidad, que tomaba nota del significado de las expresiones vernáculas de la composición, según recoge Antonio Viñayo en su libro El Seminario de Oviedo (1955), donde reproduce la amplia crónica de la inauguración aparecida en el Boletín Oficial del Arzobispado. Y es que el Axuntábense , como ha narrado Hevia Ballina en más de una ocasión (la última con motivo de la sentida necrológica que le dedicó en La Nueva España del 2 de noviembre de 2004) era una especie de himno oficioso de la Schola Cantorum. Con frecuencia, al término de los actos litúrgicos, como también es de sobra conocido y de hecho así se lo hemos podido oir al propio don Alfredo, el arzobispo exclamaba: "De la Roza: ¡Axuntábense!". Y no había solemnidad que no concluyese con esta pieza.
Pero lo más grandioso de este magisterio no radica en la anécdota, sino en el repertorio que se interpretaba. Don Alfredo había pasado a ser Maestro de Capilla de la Catedral de Oviedo, pero en la práctica carecía de medios para desarrollar las antiguas obligaciones de este oficio. Sin embargo, en las grandes solemnidades, especialmente en Semana Santa, la Schola del Seminario se desplazaba a la Catedral y allí se oían durante largas horas los prolongados oficios de maitines, los responsorios de Semana Santa, con docenas y docenas de obras de Palestrina, de Victoria, de los grandes maestros de la edad de oro de la polifonía y también las severas y hondas composiciones de los autores del siglo XX, imbuidas del espíritu litúrgico-musical derivado del célebre motu proprio “Tra le sollicitudine”, promulgado el la festividad de Santa Cecilia de 1903 por el papa Pío X. Y entonces, en esas décadas centrales del siglo, la de los cincuenta y la siguiente, pues luego ya el potencial musical del Seminario también decayó, los oídos de los ovetenses seguían educándose con la buena música de su primer templo, exactamente igual a como había ocurrido ininterrumpidamente desde al menos el siglo XVI.
La elaboración de las copias de las partituras para los cantores era toda una odisea. O se hacían a mano las noventa copias, entre los más expertos, o, más adelante, se confeccionaban mediante un complicado proceso que requería una tinta especial, llamada tinta ectográfica. El original hecho con aquella tinta se aplicaba sobre un bloque de gelatina, que daba después unas treinta copias razonablemente claras y de un color azulado. Aún se conservan en el Seminario. Y es que don Alfredo era un experto copista de música, no sólo por razones de su bella y clara grafía musical, sino por su interés en informarse sobre todo tipo de procedimientos de edición musical. En Asturias no había nadie que fuese capaz de realizar partituras tan perfectas con los sistemas de caracteres adheribles tipo Letraset, o simplemente a mano, como muy bien sabían los responsables de la Federación Coral Asturiana a la hora de realizar las ediciones de las obras premiadas en sus concursos. Aquello que hoy, en la era de las fotocopiadoras y los ordenadores, puede parecer un producto prehistórico, fue visto entonces como una comodísima revolución. !Qué tiempos!

 Don Alfredo con la Schola Cantorum del Seminario de Oviedo  
(Foto cortesía de don Gaspar Muñiz Álvarez)
IV.
Otra gran vertiente de su magisterio hemos de verla en su trabajo al frente de la Escolanía San Salvador, nacida en 1973 precisamente a la sombra de la Capilla Polifónica. Si uno analiza los compromisos litúrgicos de la Escolanía en la Catedral de Oviedo (de la que se desvinculó en 2005) hasta la muerte de su director, en el Adviento o en la Semana Santa, en la Navidad o en el Tiempo Pascual, se puede certificar que la Escolanía hizo prácticamente las veces de las antiguas capillas de cantores catedralicios. Con ella, don Alfredo de la Roza, que fue un maestro de Capilla sin capilla propiamente dicha, rindió un servicio impagable al culto catedralicio.

 Como los antiguos niños de coro de las capillas musicales, los miembros de la Escolanía cantaban y aprendían bajo la dirección de don Alfredo. Y nos consta que las partituras que preferían no eran precisamente las más "infantiles", sino las de mayor calidad, entre las que no faltaban las del propio maestro. El magisterio de don Alfredo no pudo haber resultado más productivo. Por eso no nos extraña que hayan sido precisamente estos escolanos, hoy adultos hechos y derechos, los que se hayan impuesto la alta misión de preservar la memoria de don Alfredo de la incuria del tiempo. Don Alfredo no se veía a si mismo como un creador, por aquello que yo mismo bauticé, a mediados de los ochenta en un artículo de La Nueva España, como su "antidivismo militante". Lo que ocurre es que, en efecto, muchas de sus obras son arreglos o armonizaciones. Y otras muchas son piezas concebidas por las necesidades derivadas de los cambios litúrgicos habidos tras el Concilio Vaticano II. Pero aun en esas obras, que podríamos considerar funcionales, se ve la misma mano de maestro que inspira sus páginas más personales y comprometidas. Las cuales, por cierto, él era reacio a mostrar.
 Don Alfredo con la Escolanía de San Salvador (Foto cortesía de don Gaspar Muñiz Álvarez)

V.
Pocos sabrán que las Benedictinas de San Pelayo de Oviedo, que siempre cuidaron mucho la liturgia, le pidieron a don Alfredo la composición de salmos y antífonas para todo el ciclo anual. Don Alfredo abordó y concluyó esta ingente tarea. Y como las "pelayas" -singularmente Sor Ángeles Álvarez Prendes, directora del coro del monasterio desde hace más de 60 años- enseñan a otras comunidades de benedictinas de toda España, no es raro encontrarse con la música de don Alfredo en cualquier parte del país, o en las misas que retransmite la COPE, o ver un buen número de sus piezas en el Libro del Salmista junto con las de otros ilustres compositores. Quizá esto no sea "ser compositor" en el sentido trascendente de cuño romántico que aún persiste en muchos de los actuales creadores, pero responde muy bien a las antiguas obligaciones de los maestros de capilla, adaptadas a la estructura eclesiástica de nuestros tiempos.
Aún cabe ir más allá. Sólo un músico con madera de artista es capaz de componer páginas tan hermosas como el Memento, para las exequias del arzobispo Lauzurica, o como el responsorio Seniores populi. En esta pieza se narra la deseada aceptación de su hora, asumida por Jesús en los momentos previos al prendimiento. El maestro De la Roza consigue un perfil de modernidad y de trascendencia, que es heredero directo de la música del P. Prieto, un autor a quien él admiraba y con el que tuvo trato frecuente. Incluso el dramatismo resulta llamativamente acusado y con una cierta acidez determinada por el propio sentido del texto.
El músico que hoy recordamos nos ofrece detalles que caracterizan su obra, más allá de las diferencias que pudiera marcar la época de composición o el carácter litúrgico de cada pieza. Por ejemplo, el maestro De la Roza gusta de los pasajes afabordonados, como se puede comprobar en el responsorio Amicus meus. Dicho sea de paso, don Alfredo de la Roza es el autor de la transcripción del Miserere tradicional en fabordón de la Catedral de Oviedo. que acompaña el sacratísimo momento de la bendición a los fieles con la exposición del Sudario del Señor. Esta es la más preciada reliquia de la Sancta ovetense y se expone `rincipalmente a la veneración de los fieles el Viernes Santo, el día de la Exaltación de la Santa Cruz y en su octava, los días 14 y 21 de septiembre respectivamente.
No está de más, como aviso para los directores de coros, reparar en las sutiles matizaciones de dinámica que don Alfredo impone en sus partituras, con reguladores que afectan a pocas notas, a pocos instantes, con contrastes dramáticos de intensidad en los que siempre sale ganando el texto de la composición. En general, sus obras son de los años sesenta y presentan un sesgo un tanto fronterizo. Por el uso del latín, por la honda comprensión que el autor nos brinda del mensaje de los textos empleados, captamos la deuda con la tradición del ya citado motu proprio de Pío X, pero hay en algunas páginas una cierta frescura en el melodismo, en el fraseo que no se priva del cambio de compás para su mayor naturalidad, incluso en la participación de la asamblea, que nos habla a las claras de un músico sensible a los cambios que precisamente se estaban fraguando en los años, un tanto contradictorios para la música litúrgica, del Concilio Vaticano II.
Todas estas creaciones inspiradas han salido del corazón y de la cabeza de don Alfredo y esperan pasar a los tórculos para arribar a las manos de estudiosos y coralistas. El que fuera el último maestro de capilla de la Sancta ovetense (pues el nuevo derecho canónico impuso el nombre de “prefecto de música” a su sucesor) se lo merece.
Don Alfredo falleció en Oviedo el 31 de octubre de 2004. Esta entrada se publica justo 11 años después, en testimonio de admiración hacia una trayectoria ejemplar.

6 comentarios:

  1. Yo tambien copié(sobre todo en Covadonga) muchas partichelas con D.Alfredo y especialñmente recuerdo las de "festa lontana"que se cantó al Cardenal Roncalli(San JUAN XXIII).
    Rogelio Lombó

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    1. Muchas gracias por compartir ese recuerdo tan interesante.

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  2. Muchas gracias por tan buen recuerdo de don Alfredo. Yo fui un escolano suyo allá por los primeros 70 y recuerdo aquellos oficios de Semana Santa...y el emocionante Miserere, que creo que nunca se ha vuelto a interpretar igual de bien. Ramón del Riego.

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    1. Gracias, Ramón. Hablé con don Alfredo del Miserere y es un tema del que tengo bastantes datos y muchísimo interés porque es todo un icono sonoro de la Catedral.

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    2. Ya me gustaría a disponer de una buena grabación. Nunca puedo ir a oírlo y lo que he oído en internet es francamente penoso, irreconocible. Recuerdo una muy buena a mitad de los 70. Fue a 3: Schola, Escolanía y Capilla Polifónica (más el Cabildo, claro,que "daba la nota" literalmente). Claro, había sido trabajada a conciencia, en el caserón de San Isidoro, había realmente interés...

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    3. Me pasa lo mismo. Tengo una grabación casera, de hace unos años, que apenas se oye. Tal vez dispongan de algo mejor en la capilla de música de la Catedral.

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