“Después, malograda
trayectoria
de mi destino sin
esperanza”.
Un primer elemento de
contraste es que frente a la tristeza que se predica de la música del
concierto, se opone un mundo de movimiento y de juego. Además, la pelota esrá
decorada con un perro verde que corre, por un hemisferio, y con un caballo azul
que galopa montado por un jockey amarillo, por el otro. Está claro que el
lejano ayer de los días infantiles se ambienta con colores más brillantes que
el tiempo cercano donde se desarrolla ese recogido concierto.
Merece la pena
recordar que el entorno familiar era muy musical. Su padre, funcionario de
profesión, fue un activo comentarista musical en medios periodísticos lisboetas
y autor de un texto de más alcance sobre Wagner.
El poeta se adentra
en su recuerdo, el cual adquiere una mayor corporeidad al fundirse ambos
tiempos y los dos escenarios de la historia. La infancia adquiere peso y se
sitúa, anota el poeta, “entre el maestro y yo”. No sólo eso: la infancia ocupa
el teatro entero, se instala en el concierto y entonces empieza la interacción de ambas realidades. La
pelota “viene tocando música”, gira entre los músicos, viene y va, “vestida de
perro verde, tornándose jockey amarillo”.
La colección donde
figura este poema se subtitula Poemas interseccionistas. Quienes deseen introducirse en
el movimiento interseccionista, alentado por Pessoa en los tiempos de la revista Orpheu, en cuyo segundo y último número
(1915) se publicó Lluvia oblicua, pueden hacerlo muy bien con este poema del ciclo. Aquí
tenemos la intersección de planos de distinto tiempo y de diversa entidad: lo
real se cruza con lo imaginario, el teatro donde se da el concierto se funde
con el paisaje del jardín de la infancia, que ya es un paisaje emocional y sólo
activado por la memoria.
Y llega Pessoa a un
cierto paroxismo, que apunta a una escritura automática, como de palabras
agitadas en un caleidoscopio. Se producen, podríamos decir, novedosas instrumentaciones
de los motivos centrales del poema (perro, pelota, jockey, muro, maestro…), que
también tienen algo de futurista, movimiento que por entonces se empezaba
a conocer en Portugal:
“...Y el muro del
jardín está hecho de gestos
de batuta y rotaciones
confusas de perros verdes;
“todo el teatro es un
muro blanco de música
por donde el perro
verde corre tras de mi saudade”
Luego la música
concluye, el muro se cae, el maestro, que ya no es el jockey amarillo en que se
había trnasformado, pone “la batuta
encima de la fuga de un muro”,
“y se curva,
sonriendo, con una pelota blanca encima de la cabeza,
pelota blanca que le
desaparece espaldas abajo”.
Hemos traído a
colación este poema por su temática musical, como es propio en este blog, pero
no lo hubiésemos hecho si al mismo tiempo no fuese una pequeña joyare
presentativa de su modo de hacer en una determinada etapa, en este caso en el
ámbito del interseccionismo, del que descreyó casi al tiempo que lo empezaba a explorar.
Leer a Fernando
Pessoa (él mismo) o a sus heterónimos Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de
Campos, es acercarse a la obra polifónica de uno de los mayores poetas de la
literatura universal. Una obra donde habita la saudade y el dolor, el deseo de
no ser y, como escribió en cierto poema, “de mí mismo, altivo, dimitirme”.
Nota: Manejo el
texto en la edición bilingüe de Libros Río Nuevo, Barcelona, 1983, T. I, p. 40
y ss., Traducción y notas de Miguel Ángel Viqueira. El poema (o parte de Lluvia
oblicua) está fácilmente localizable en Internet tecleando en el
buscador el primer verso en portugués:
“O maestro sacode a batuta”, o en español: “El maestro sacude la
batuta”.
Ilustración: Tavira (Portugal), lugar de "nacimiento" de Álvaro de Campos, uno de los heterónimos de Pessoa.
Precioso. Qué visual es el poema de Pessoa, pura sinestesia…
ResponderEliminarMuchas gracias, Ariodante. Coincidieron una relectura y una visita a Tavira, lugar de "nacimiento" del heterónimo Álvaro de Campos.
ResponderEliminar