Mari Luz González
Peña (Avilés, Asturias) es una de esas personas sin las que muchas cosas de la
musicología hispánica de los últimos lustros no hubiesen podido alcanzar su
meta con la misma plenitud. Como se sabe, Mari Luz es la directora del Centro de Documentación, Archivo y Patrimonio
(CEDOA) de la Sociedad General de Autores y Editores.
Estamos hablando de una investigadora y documentalista tan conocida y valorada
en la profesión como discreta y efectiva en su diario quehacer. Hoy la traigo a
estas líneas para celebrar los muchos años de amistad que nos unen y agradecer
su inagotable generosidad. Como es habitual en este sitio, no incurriré en la
fría enumeración de sus méritos —que son muchos— sino que los entremezclaré con
la evocación y los recuerdos, que también son muchos.
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Conocí a Mari Luz a
principios de los ochenta del pasado siglo, cuando ella cursaba la licenciatura
en Historia del Arte en la Universidad de Oviedo, donde ya se había titulado en
Magisterio. Yo estaba haciendo la tesis y ayudaba al profesor Emilio Casares en
la Extensión Universitaria. Precisamente Mari Luz y sus compañeras Pilar
Fernández y Pilar García Cueto (flamante catedrática de Historia del Arte)
formaban parte de ese equipo altruista que gestionaba el Festival de Música de
la Universidad con pocos medios y espíritu voluntarioso bajo la dirección
entusiasta de Casares.
Luego, con la
tranquilidad derivada de tratarse de una tercera titulación, cursó los estudios
de Musicología y seguimos en contacto. Aquellos años del festival fueron muy
gratos. Todos ganamos en experiencia y en conocimiento del mundo de la música y
el espectáculo con esas prácticas colaborativas. Lo cual podía incluir, como
escribió la propia Mari Luz, “desde descargar sillas de un camión a repartir
los abonos por las distintas facultades”.
También hubo tiempo
para la amistad y la fiesta. Por ejemplo, en esas sonadas espichas (celebraciones con sidra y
diversas viandas) que solíamos realizar alumnos y profesores a fin de curso o
después de algún examen. Festejos que podían culminar en alguna discoteca (esto
le encantaba a Mari Luz, notable bailarina de ritmos latinos) o, como en cierta
ocasión, danzando alrededor del fuego próximos al cementerio y “más cerca de un
funeral irlandés que de un aquelarre (…), con la feliz inconsciencia de la
juventud y el descaro de quienes se sienten felices”, como escribió con bella
prosa su amiga Pilar Gª Cuetos en la curiosa publicación que se cita abajo.
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Sin duda un factor
decisivo en cuanto al camino que iba a tomar su vida ha de buscarse en el Máster en Biblioteconomía, Archivística y
Documentación que cursó en nuestra misma Universidad de Oviedo. Pero, en
realidad, Mari Luz ya estaba metida por entonces en una serie de proyectos y
colaboraciones de mucha envergadura en esta línea.
Lo del Festival de Música de la
Universidad fue algo así como la prehistoria de una historia de trabajo
incansable al lado del profesor Casares, que comienza con la colaboración en la
transcripción del Legado Barbieri. De ahí sale la publicación Francisco
Asenjo Barbieri. Biografías y documentos (1988). Desde entonces formó con el citado Emilio
Casares un tándem de una eficiencia inigualable, de una lealtad mutua absoluta
y sin fisuras, como proclamada para siempre en algún templo juradero de la
vieja Castilla.
Todavía en Oviedo, en
1986, colaboró en la
organización de la exposición Lorca y la Generación del 27, que circuló por diversas partes de España y
del extranjero y de la que quedó un catálogo muy interesante. Recuerdo que por
esas fechas podía uno entrar en el despacho donde se guardaban los vinilos y
encontrarse con un maniquí vestido con un auténtico traje de La Argentinita,
pues lógicamente también llegó a Oviedo la citada muestra.
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Pero,
sin ningún género de dudas, cuando la fortaleza del citado tándem Emilio
Casares/Mari Luz G. Peña se puso a prueba fue en relación con el colosal
proyecto del Diccionario de la Música Española e Hispanoamericana. Lo
recuerdo bien. Eran muchos los que no creían en el proyecto, pero Mari Luz ni
se planteó que el Diccionario no pudiese salir adelante.
Por entonces, como ella misma ha comentado, ya era una de las personas que
mejor conocía y sabía calibrar las capacidades del musicólogo. El cual suele
decir que Mari Luz tenía el Diccionario en su cabeza,
enterito, con sus miles de voces y cientos de colaboradores. No es de extrañar
que su nombre salga en la portada como “secretaria técnica”, justamente
destacado, al lado del propio director y de los dos codirectores.
También
recordamos algunos aquellos primeros listados de voces que se imprimían dejando
una impresora de chorro de tinta conectada durante la noche y alimentada con un
gran rollo de papel continuo. “Nunca sabíamos lo que íbamos a encontrar a la
mañana siguiente”, escribe Mari Luz. Fue su gran trabajo desde 1989 hasta la
publicación de la obra más de diez años después. Me imagino que cuando en el
2000 estuvo también metida en la realización del Diccionario de la Zarzuela.
España e Hispanoamérica, la experiencia acumulada habrá facilitado mucho las
cosas, aún siendo un proyecto con otro tipo de dificultades que no vienen ahora
al caso.
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A todo esto, Mari
Luz había encontrado su acomodo laboral en el seno de la SGAE (editora del Diccionario, no lo
olvidemos) y había empezado a ejercer como investigadora y documentalista en
los proyectos citados. Hay un sinfín de voces en el Diccionario referidas a
autores de los que lo poco que se ha conseguido saber se debe a Mari Luz.
Pero esta vena
investigadora no acaba con esto. Sería prolijo detallar sus aportaciones en
este terreno. En 1999, coincidiendo con el centenario de la SGAE, se ocupó de
la edición de Mi Teatro: Cómo nació la Sociedad de Autores, de Sinesio
Delgado, edición que incluye el correspondiente estudio biográfico del autor.
Sin embargo,
merece la pena destacar su libro Música y músicos en la vida de María
Lejárraga (Instituto de Estudios Riojanos, 2010). Había empezado a estudiarla
con una ponencia de 2005 y, a medida que avanzaba en sus pesquisas, llegaba a
la conclusión de que era necesaria una monografía sobre esta autora. Así vio la
luz un estudio, claro y ameno, en el que se documentan muchos aspectos de la
interesantísima vida de esta autora, empresaria y luchadora, que no sólo “ayudaba”
a su marido (el dramaturgo Gregorio Martínez Sierra), sino que, en realidad,
era la autora de buena parte de sus obras y libretos. La perspectiva feminista
resulta especialmente obligada en casos como éste.
Por otro lado, Mari Luz es una
auténtica especialista en la documentación gráfica. En 1996, la SGAE publicó el
libro Mujeres de la escena (1900-1940), cuya edición corrió a cargo de Javier Suárez-Pajares,
Julio Arce Bueno y la propia Mari Luz. No hay exposición o investigación que
requiera un apoyo sustantivo de imágenes de determinadas tipologías que no
recurra al conocimiento de Mari Luz en este terreno. En 1912, coincidiendo con
el centenario del comediógrafo lenense, Vital Aza, primer Presidente de la
Sociedad de Autores Españoles, organizó una exposición sobre su vida y obra,
que se pudo ver en las sedes madrileña y ovetense de la SGAE, a la que han
seguido otras varias sobre Miguel Ramos Carrión y Manuel Nieto, Enrique
Granados y José Echegaray, Miguel de Cervantes, Jacinto Benavente y Benito Pérez
Galdós. En la actualidad prepara una sobre Ramón de Campoamor, en el
bicentenario de su nacimiento, que se podrá ver en el Teatro Campoamor de
Oviedo en el mes de septiembre.
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Nuestra invitada
de hoy —que ahora me viene a la cabeza provista de una descomunal jarra de café
muy poco cargado— ejerce con vocación su trabajo cotidiano, que es todo menos
rutinario. En un centro como la SGAE y con un puesto tan importante como el que
Mari Luz ostenta, son muchas las obligaciones sociales que es preciso atender.
De nuevo su saber estar resulta fundamental. Mari Luz conoce a mucha gente del
mundo del arte, el espectáculo y la política y a muchos nos consta el afecto
con que la siguen tratando, al cabo de los años, algunas de esas
personalidades.
Mari Luz trabaja en los bajos del
palacio de Longoria, sede de la SGAE. Un reino subterráneo, podría decirse. Un
día tuvo la humorada de reconocer en una entrevista que le hizo Patricia
Gosálvez en El País (4/1/2011)
que los archiveros “vivimos en las mazmorras”, eso sí, “rodeados de joyas”, que
su amor a la sabiduría y a la historia sabe ponderar y cuidar como se merecen.
Vale, de acuerdo: en el archivo
de la SGAE hay muchas joyas de papel. Pero hay una de carne y hueso, la mejor
de todas, que se llama Mari Luz González Peña, la archivera adamantina que
ilumina aquel sótano y nuestras mentes con su nombre y con su obra.
Referencia:
Las citas proceden de la
recopilación y edición privada y limitada de las felicitaciones dedicadas a
Emilio Casares con motivo de su 60 aniversario, un un libro “a escondidas”,
como escribe en el prólogo M.ª Luz González Peña, que fue la artífice de esta
sorpresa de cumpleaños: Libro intitulado Diván de la Amistad en el que se
asientan recuerdos memorables, dedicatorias de provechosa lección, fotos,
dibujos y composiciones que el consorcio de los amigos de Emilio Casares le
dedican con motivo de su sesenta aniversario. Oviedo, Diseño gráfico
Elías, 2003,
Mari Luz González Peña: la archivera adamantina