I.
Parece que hablar de villancicos —y más si estamos
en diciembre, con la Navidad a la vuelta de la esquina— es aludir a un género
cuyo carácter no ofrece dudas al común de la gente. Sin embargo, las cosas
cambian a poco que preguntemos. Así, para un esforzado alumno de la ESO,
probablemente el villancico sea sobre todo una forma característica de la
métrica española, ciertamente más compleja que otras que le toca estudiar ese
curso en la clase de Lengua, aunque sólo sea por tanta mudanza, versos de
vuelta, coplas y estribillos variados que se estilan en el género.
No poco diferente será la imagen que se haga del
villancico quien lo reduzca a melodías como la de los peces en el río que
obsesivamente “beben y beben y vuelven a beber” o a aquella otra de
“veinticinco de diciembre, fun fun, fun”.
También será harto distinta la perspectiva de
quienes, apegados de manera natural e inevitable a su tierra, acaso ya con
muchos años y muchas historias a sus espaldas, recuerdan los villancicos y
cantos de aguinaldo que entonaban en los años de su juventud y que,
afortunadamente, la iniciativa de los estudiosos ha venido a recoger de sus
labios para preservarlos del olvido.
II.
El villancico es, ante todo, poesía concebida
fundamentalmente para su puesta en música. Su tradición es veterana,
remontándose de manera directa al menos a quinientos años atrás. Con tan sólido
pedigrí es comprensible que haya habido cambios diversos y que haya tenido
funciones igualmente distintas a lo largo de la Historia.
Lo primero que cabe decir es que con el término
“villancico” no tipificamos un género ligado estrictamente al mundo religioso.
Cualquier coro habrá cantado alguna vez el hermoso villancico “Más vale
trocar”, de Juan del Encina, que, como la mayoría de los suyos, incide en
temáticas amorosas o pastoriles. El Cancionero
de Palacio o el Cancionero de Uppsala
proporcionan abundantes ejemplos de lo que acabamos de decir.
De la misma manera, hay que matizar la idea común de
que, dentro de los de ambiente religioso, la dedicación exclusiva se centra en
los motivos navideños. Y no es así, pues existen villancicos para otras
festividades, por ejemplo para las procesiones del Corpus, para fiestas de
los santos, etc., si bien es verdad que su número es poco significativo en
comparación con los de tema navideño.
López Calo atribuye a Hernando de Talavera, primer
arzobispo de Granada tras su conquista, una licencia en el desarrollo de los
oficios religiosos que iba a traer cola y muchísima música. Sin duda con un
cierto afán proselitista, este mitrado permitió que los responsorios de
maitines (es decir, una determinada parte del oficio divino, lógicamente
cantada en latín) fueran sustituidos por coplas en lengua castellana.
Esta novedad tuvo éxito y acrecentó el número de
asistentes a los dichos oficios nocturnos. En lugar de las incomprensibles
lecciones —lecturas—, seguidas de los correspondientes responsorios, todo ello
en latín, algunos responsorios se trocaron en coplas ciertamente devotas, pero
con música harto distinta al severo gregoriano y, como decimos, en lengua
vulgar.
No menos interesante es el hecho de que estos
villancicos sustitutivos de determinadas partes de la liturgia latina podían
tener un cierto carácter teatral. De manera que todo el viejo tronco del teatro
litúrgico medieval halla un modo de continuación en este tipo de villancicos o
“chanzonetas”, como a veces se llamaban. El citadísimo comentario de Pietro
Cerone, peregrino a Santiago a fines del siglo XVI y tratadista musical de
fuste, acerca de que las iglesias españolas más parecían patio de teatro que
casa de Dios y que los villancicos tratan de inducir a la risa (lo que
consiguen mediante la correspondiente pérdida de devoción) indica claramente el
sentido de válvula de escape que el género ostentó en siglos tan dominados por
la religión como son los de la era moderna.
No todo fue tan idílico y en ocasiones las cosas se
salían de madre, al menos lo suficiente como para que se impulsasen
prohibiciones que cayeron las más de las veces completamente en saco roto. Son
frecuentes las disposiciones de las autoridades eclesiásticas para que se
vigilase el contenido de los textos y para frenar otras actividades paralelas,
como las de los grupos de seglares que en la mañana de San Esteban salían a
sacar aguinaldos o almuerzos, vestidos con prendas eclesiásticas y todo ello en
medio de gran jolgorio y sones de instrumentos.
III.
Los villancicos litúrgicos que se conservan del
siglo XVI son escasos. En el XVII hay ya autores muy notables en el género,
como Juan Bautista Comes. En el siglo XVIII no hay compositor que no se acerque
al género y el numero de villancicos conservados en España puede contarse por
miles. El villancico litúrgico decae en el siglo XIX.
Las formas musicales que podemos encontrar son
sumamente variadas, pero es frecuente, en todo caso, una alternancia de
secciones con efectivos vocales solistas para las coplas, que contrastan con
partes más rotundas, generalmente en el estribillo, con o sin acompañamiento
instrumental. Todo se alarga y la sociedad del momento los escuchaba con
auténtico gusto.
IV.
Evidentemente Asturias no estuvo al margen de este
fenómeno, siendo la Catedral de Oviedo la depositaria principal de este tipo de
creaciones. Mas tuvo también lo asturiano una presencia en clave humorística
que no viene mal recordar, aunque no sea siempre muy halagadora.
Dado que, en definitiva, los villancicos tienen un
lado teatral, se fueron introduciendo muy pronto toda una serie de personajes
secundarios que representaban estereotipos regionales o étnicos o simplemente a
seres ingenuos y un poco cortos de entendimiento. La manera de hablar de los
negros, por ejemplo, tiene curiosas interpretaciones en numerosos villancicos.
La figura del Gallego también es típica y, por los estudios de Carlos
Villanueva, sabemos de su fortuna y casi incomprensibles transformaciones en el
repertorio de la América hispana. Y la del Asturiano, lo mismo, pudiendo
decirse que el Asturiano es ciertamente uno de los prototipos más frecuentes.
El eminente Antonio Soler compuso alguno de sus
villancicos con Asturiano incluido y creemos recordar que el Coro Universitario
lo cantó años atrás. El finalizar las palabras en “u”, por ejemplo, aun en
casos donde no es procedente, fue un recurso muy utilizado para esta figura del
Asturiano en los villancicos del Barroco hispánico.
Los musicólogos (a diferencia de algunos filólogos)
tienden a infravalorar dicha figura y la reducen a la de un personaje simplón,
mas la realidad es que el Asturiano es una figura poliédrica, que a veces puede
ser hidalgo, que aparece con instrumentos musicales como la gaita y la zanfona
o el pandero, que puede ser buen danzante y que es imprescindible en festejo
tan importante como el Nacimiento de Jesús.
En el libro Villancicos
asturianos de los siglos XVII y XVIII
Xuan Carlos Busto estudia y edita numerosos textos del género y no deja de
subrayar que, en algunos, la imitación de la lengua asturiana no tiene nada de
ingenua y sugiere un conocimiento harto alejado de la simple imitación tópica.
Ilustración:
"P" capital del introito "Puer natus est", de Navidad. De la cubierta del libro de Emilio Casares: La música en la Catedral de Oviedo.
Cinco entradas de 2016: una selección personal