Manuel de Falla obtiene el Premio de Piano del Conservatorio de Madrid en 1899. Muere en 1946, pero su estela y su sombra se prolongan hasta el día de hoy. Falla es la cifra musical del siglo pasado, hasta el punto de que no hay tendencia musical en buena parte del siglo XX español que no pueda analizarse en relación con el maestro gaditano, sucesivamente en clave de presencia, de magisterio, de ausencia, de lastre, de negación y de reconocimiento definitivo como un clásico. La vida breve, Noches en los jardines de España, El sombrero de tres picos, El amor brujo, El retablo de maese Pedro, el Concierto para clave y cinco instrumentosfueron compuestas a lo largo de las primeras décadas del siglo y ponen sobre la mesa las inquietudes de toda una época: el peso del casticismo, la mirada a Francia, la esencialización de lo hispánico, por sólo citar las más candentes.
La Guerra Civil (1936-39) había trazado -también en la música- una frontera de sangre. Sangre de la muerte infamante, sangre imprevista del frente de batalla, sangre simbólica de la depuración profesional, del exilio interior y del exilio a secas, que es todo un abanico de grados, intensidades y duraciones. El de Falla fue voluntario y no supuso el olvido, como ocurrió con otros compositores, sino una interesada inflación de la nostalgia. Federico Sopeña, desde las páginas de la revista falangista Vértice, en octubre de 1941, llegaba a asegurar que Falla había concluido Atlántida, concebida como un canto a la "hispanidad". La realidad, como se sabe, era muy distinta al deseo. También escribía Sopeña: "nos duele su ausencia porque tenemos certeza de su dolor". La ausencia del maestro, es cierto, era sentida como una durísima orfandad. Y finalizaba de un modo que es una lección condensada de la retórica patriótica propia del momento: "¡Falla sin tierra de España!".
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Falla fue en esencia un espíritu del 98. Por eso no creemos en el famoso silenciode su última etapa. Nos parece un silencio demediado. Nada que ver con los silencios de Samuel Beckett, de Ezra Pound o incluso -más próximo- con el de un Pérez de Ayala, por ejemplo. Le faltaba escepticismo o el convencimiento del nihilista para el abandono. Una angustia unamuniana y un sufrimiento muy noventayochista impiden la renuncia al acto creativo tanto como la conclusión de Atlántida. Silencio a medias, Atlántidaa medias y angustia al completo. España lejana y por siempre anclada en su corazón como problema irresoluble.
De forma que la música de Falla ilumina las primeras décadas del siglo no menos que su manipulada ausencia y su estela de artista irrepetible nutren los decenios centrales y postreros de la centuria. No le faltó el respeto de sus contemporáneos, pero con muchos matices. Julio Gómez no fue precisamente un devoto incondicional de la música de Falla. El Concertoera un escollo para los autores de su tiempo. Conrado del Campo celebró alguna vez en público su ascético discurrir, mas en privado, como refirió Antonio Iglesias, su juicio era distinto. No hablemos del caso Turina, tan injustamente tratado por la pluma afilada de Salazar.
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De la llamada Generación de los Maestros a la Generación de la República hay un amplio trecho en el plano cualitativo. "Falla no tiene descendencia. -escribe Chapa Brunet en el número de diciembre de 1976 de la revista Ritmo- Ni en el plano físico ni en el espiritual." Y añade: "Parece como si el destino le hubiese reservado el dudoso honor de la soledad permanente (…) Falla nunca creó escuela". Pero los testimonios de los músicos un poco más jóvenes, junto con el mejor conocimiento que tenemos ahora de la Generación musical de 1927, permiten discutir esta tesis, muy extendida en las valoraciones habidas en 1976, con motivo del centenario Falla.
Hubo magisterio, aunque no tanto como influencia, que fue enorme y muy frecuentemente epigonal. También hubo casos problemáticos, como el de Remacha. O el de Gerhard, cuya visita a Falla resultó "decepcionante" al decir de su biógrafo Joaquim Horns y tal vez, pensamos nosotros, sintomática de los problemas estéticos y de recepción en que se debatía la música española del momento, con los grandes polos de Francia y Centroeuropa como puntos de referencia.
Hubo momentos de un cierto enfriamiento en el culto a Falla. La Generación del 51 vendría a poner un poco de orden en el caso Falla. Autores encajables en esta generación y algunos de más edad crean en 1947 el Círculo Manuel de Falla. Sólo coincidiendo con el vigésimo aniversario de la fundación la crítica (Montsalvatge, por ejemplo) aceptó lo poco que estos autores -A. Blancafort, J. Casanovas, J . Cercós, A. Cerdà, J. E. Cirlot, J. Comellas, J. Giró, J. M. Mestres Quadreny, J. Roca, A. Ruiz Pipó, y M. Valls- tenían que ver con el maestro, aunque no empleasen su nombre en vano.
Antes, con motivo del estreno de Atlántida, Ramón Barce respondía así a una encuesta del número extraordinario de diciembre de 1961 de la revista Ritmo"Ningún aspecto específico de la obra de Falla posee valor de enseñanza para un músico de 1961". En efecto, lo que se cocía en la meca de Darmstadt o los problemas de la música abierta les parecía a algunos jóvenes compositores de entonces materia de más interés para su dedicación que el burocratizado estreno, decreto en el BOE incluido, de la reflotada Atlántida. Las aguas no tardaron en volver a su curso y desde los años setenta Falla fue revisitado(por aprovechamos de un título de Miguel Angel Coria) en numerosas ocasiones. También fue paulatinamente despojado de su función de encarnación casi mística de las esencias patrias para sedimentar una incuestionable imagen de artista y de maestro, cifra y quintaesencia de lo mejor del siglo.
Nota:el texto procede de la primera parte de un artículo titulado “Cuatro miradas sobre la música española del siglo XX”, publicado en el número 0 de la revista Enclaves(2001), que no tuvo continuidad ni apenas difusión, de ahí que lo reaprovechemos en este blog. La ilustración es la cubierta de una edición de Chester.
Falla como cifra del siglo XX