Marsyas era un sátiro que tuvo la mala suerte de encontrar el aulós de Atenea/Minerva. Esta lo había arrojado en el bosque después de haberlo inventado y de haber causado la hilaridad de los dioses al tocarlo ante ellos. La diosa entendió la razón de las risas al descubrirse reflejada en el agua de un estanque y ver lo deformada que se le ponía la cara cuando soplaba a dos carrillos en el citado aerófono. El caso es que a Marsyas le gustó el sonido del aulós y se dedicó a aprender su manejo, convirtiéndose pronto en un virtuoso y en el auleta más prestigioso de Frigia, además de ganarse una cierta aureola de sabio. Marsyas se creyó incluso con fuerza para retar a Apolo, conductor de las musas. Ahí comienza su calvario, pues el olímpico aceptó el envite, convenientemente armado con su lira. Pero los dioses griegos eran demasiado humanos y, en este trance, Apolo no duda en valerse de diversas artimañas para ganar la partida. Las fuentes hablan de distintos árbitros de la sonora contienda. Por ejemplo, del rey Midas, al cual –como cuenta Fulgencio el Mitógrafo– castigó Apolo por emitir un veredicto opuesto al que el dios esperaba. ¿Cómo? Pues convirtiendo sus orejas en orejas asininas, si nos ceñimos a la literalidad del texto original (I, IX); es decir, asnales o de burro. dicho de manera un poco más llana. La estafa definitiva llega con las prevaricadoras musas, que dan la victoria a su jefe. En realidad, Apolo iba perdiendo la batalla, así que impone nuevas condiciones sobre la marcha. La más capciosa de estas nuevas reglas obligaba a los dos rivales a cantar a la vez que tocaban, algo posible con la lira, pero no con el aulós. La suerte de Marsyas estaba echada. El vencedor podía hacer con el vencido lo que le viniese en gana, así que Apolo desolló vivo al viejo sátiro u ordenó que lo hiciesen, según las versiones del mito. La exégesis más piadosa de la crueldad de Apolo –recogida, entre otros, por Pseudo Plutarco– postula que el dios se acabaría arrepintiendo y destrozando su lira.
Aristides Quintiliano explica el triunfo de Apolo por estar este asociado a la región más pura de los elementos, la del éter, que añade a los cuatro clásicos de Empédocles. Marsyas encajaría con el tercero, el aire. Escribe Quintiliano: «En efecto, dicen que al frigio, que fue colgado sobre un río en Celene a modo de odre, le corresponde la región aérea, llena de vientos y sombría, ya que está encima del agua pero suspendida del éter, mientras que a Apolo y a sus instrumentos le corresponde la esencia más pura y etérea» (p. 165).
Desafiar a los dioses no puede traer nada bueno. Una manera obvia de interpretar este relato consiste en atribuir la desgracia de Marsyas a su soberbia. Mas también cabe la posibilidad de leer la historia en clave reivindicativa. El sátiro frigio es el ejemplo de una superación tal en el arte de la música que trasciende lo humano y roza lo divino, de ahí su deseo de confrontar con un dios. Pero la osadía de Marsyas iba a resultar excesiva. Estamos ante un simple sátiro que no solo pretende medirse con un dios, sino que lo hace desde su condición de extranjero y con el instrumento menos adecuado. Por lo dicho, está claro que representa una alteridad, agravada por una intrepidez desafiante y rayana en la locura.
Es igualmente una especie de protomártir de la música, pues su muerte atroz le llega por la excelsitud de sus interpretaciones con el aulós, más exactamente por su fe en el valor de lo que hace, por más que la suya no sea una de esas grandes causas (la patria, la religión…) por las que los mártires entregan su vida, sino una acaso más pequeña (pero mucho más misteriosa) que se entreteje en las cautivadoras ondas acústicas que irradian de su doble oboe. Y digo doble oboe y no doble flauta porque el aulós griego (tibia, en latín) es un aerófono de lengüeta normalmente doble y no de bisel, como las flautas, por lo que su sonido es harto distinto al de estas, más poderoso y penetrante.
Marsyas, con su aulós, representa el canto de la naturaleza. La literatura otorga al sátiro una estrecha vinculación con el mundo de lo dionisíaco, lo nocturno, lo telúrico y con el paroxismo místico. Apolo, naturalmente, es todo lo contrario: diurno y solar en el ordenado territorio de la razón. Los escritores que recrean esta leyenda –como Auguste Fourès, en su poema «Marsyas»– suelen retratar al sátiro como un auténtico provocador, que le dice a Apolo que un pajarito o incluso un grillo son mejores músicos que él, al tiempo que se jacta de inspirarse en los sonidos del bosque y de la campiña, entre vivas a Pan y a Cibeles.
La imagen de Marsyas no podía salir demasiado bien parada durante los muchos siglos de omnipresencia del cristianismo como eje vertebrador de la sociedad tras la caída del imperio romano. Sebastian Brant (ss. XV-XVI) embarca a Marsyas en La nave de los necios. En general, forman esta ignara legión los que hacen oídos sordos a las Sagradas Escrituras, pero hay otras posibilidades de pertenecer a ella. El grabado 67 de la edición abajo citada es un emblema donde se representa a unos verdugos que están desollando a alguien tendido sobre una mesa. Hay gente observando. El título es el siguiente: «No querer ser un necio». Y el lema reza así: “El necio Marsias perdió y se le quitó piel y cabello. Mas la gaita todavía tocó como hiciera antes de aquello» (p. 129). Ciertamente, bajo la mesa se halla una gaita de fuelle o cornamusa. De manera que, por un lado, vemos que la gaita de fuelle pasa a asumir el papel del antiguo aulós, pues, aunque parecen instrumentos muy distintos comparten familia organológica por ser ambos de doble lengüeta. Dicho sea de paso, ya mencionamos esta conversión del aulós en cornamusa en otra entrada de este blog. Por otra parte, el tono fuertemente moralizante de esta joya de la literatura emblemática obliga a considerar a Marsyas como un necio que no se entera de que se ríen de él y que se considera sabio en todas las circunstancias, «hasta que se le cae la gaita de la manga» –apostilla Brant (p. 129).
En la explicación detallada del lema antes citado, Brant introduce diversas valoraciones del caso Marsyas y de la propia caracterización de los necios. Así, considera que a quien tiene bienes le surgen pronto amistades interesadas que solo pretenden desollarlo metafóricamente y que no paran hasta concluir su saqueo. Entonces vienen las lamentaciones, pero ya es demasiado tarde. Dice Brant :«De la riqueza nace la soberbia; muy raramente trae la riqueza humildad. ¿Qué es la mierda si no huele?» (p. 130). Marsyas se nos revela entonces como un personaje capaz de encarnar cualidades muy variadas e incluso contrapuestas. Podemos verlo como necio, estulto y carcomido por la soberbia, pero también como alguien perseverante, virtuoso del aulós y adornado por un don que lo conduce a un infausto destino. Pero volvamos para finalizar a la parte más enigmática del lema, donde dice «Mas la gaita todavía tocó como hiciera antes de aquello». O sea, que la estulticia de Marsyas es pertinaz y que no muere con él. Y ahí está la gaita por los suelos, bajo la mesa, para recordarlo.
Ilustración
Apolo y Marsias. Estampa a buril. (s. XVI). M. Meiers. Material procedente de la BNE (Biblioteca Digital Hispánica). Web:
Referencias
Brant, S. (1998). La nave de los necios. Ed. de Antonio Nogales Serna. Madrid: Akal.
Fourès, A. (1874). Marsyas, poème. París: Vanier ed.
Fulgentius (2001). Mitologiarum libri tres Source: Fabii Planciadis Fulgentii V. C. Opera, ed. Rudolfus Helm (Leipzig: B. G. Teubner, 1898), 3–80. Electronic version prepared by Peter Slemon E, Anastasia Arapova C, and Thomas J. Mathiesen A for the Thesaurus Musicarum Latinarum. Web: https://chmtl.indiana.edu/tml/6th-8th/FULMIT
Quintiliano, A. (1996). Sobre la música. Traducción de Luis Colomer y Begoña Gil. Madrid: Gredos.
Marsyas: entre la rebeldía y la necedad