He seguido la trayectoria del contratenor valenciano José Hernández Pastor desde que este era un muchacho y estudiaba brillantemente Musicología en la Universidad de Oviedo. Admiro su trabajo, la belleza de su voz, la sutileza de su fraseo y afinación, así como la inquietud artística que guía su carrera. Hace unos años me consultó a fin de diseñar un programa para cantar en solitario bajo el hilo conductor de la espiritualidad occidental, que consideraba presente en las vastas provincias del canto gregoriano. No me resultó difícil indicarle un buen número de piezas de dicho repertorio, en las que se tocaban temas como la luz, la esperanza o el milagro, con las que él organizó un recital/ritual bajo el título de “En alas del espíritu”. Lo estrenó con éxito de público y con eco en la crítica, sobre todo en medios de Internet atentos a la música antigua. Sin embargo, los escuetos programas de mano con que se presentaba su propuesta no incluían una información que fuese capaz de poner de relieve con detalle no sólo el esfuerzo realizado sino la novedad de algunas de las páginas elegidas. Lógicamente, tampoco los comentaristas musicales podían ir mucho más allá al carecer de unas mínimas pistas.
Sin duda ninguna, este concierto ceremonial de Hernández Pastor seguirá ofreciéndose en diversos lugares, preferentemente iglesias no muy grandes, por las que el cantante deambula, aparece y desaparece, canta y deja correr el silencio, desgranando unas melodías que sumergen al oyente en un estado de concentración espiritual realmente único.
En el programa hay piezas clásicas del repertorio. Por ejemplo, está la célebre comunión “Videns Dominus”, que narra el milagro de la resurrección de Lázaro, donde la música se gradúa magistralmente para que el clímax suceda justo cuando Jesús ordena a Lázaro que salga de la tumba: “Lazare, veni foras”, recogiéndose luego hacia el grave hasta la redundante cadencia del final. O el maravilloso introito “Ad te levavi”, para el primer domingo de Adviento, donde el hecho de la espera (que es esperanzada), en la confianza de que ha de venir Dios a la tierra, se expresa también en algunas fuentes con recursos notacionales que subrayan precisamente la expresión clave que tiene que ver con el tiempo de Adviento, como ocurre en “qui te expectant” (los que te esperan).
Con todo, no es nuestra intención recrearnos en el repertorio clásico del gregoriano ni comentar su particular aproximación estilística a la monodia litúrgica, ni tampoco el contenido del programa, el cual está concebido con criterios conceptuales que incluyen al conjunto de las piezas que se escuchan. Todas sirven a ese fin, pero hay dos que revisten un valor especial desde el punto de vista musicológico.
Responsorio de un oficio rítmico de San Antonio de Padua
La primera es el responsorio “Dat virtutis argumentum”. No es una pieza al uso. Es el caso que en el Monasterio de Santa Clara de Carrión de los Condes (Palencia) se conserva un folio de pergamino que ha sido doblado a la mitad para guardar otros documentos a modo de carpeta. Lleva escritura musical por el total de ambas caras y contiene antífonas y responsorios de maitines de un oficio rítmico de San Antonio de Padua, el santo lisboeta y extraordinario predicador franciscano fallecido el 12 de junio de 1231 y canonizado al año siguiente. Este oficio rítmico glosa aspectos de la vida y milagros del santo. La música es monódica y no mensural. Está escrita en notación cuadrada sobre pauta y puede fecharse hacia 1270.
Lo interesante es que no se trata de los textos ni de la música que escribiera Julián de Spira hacia 1232-34 y que pasaron a ser la liturgia antoniana oficial entre los franciscanos, ni de otras fuentes publicadas, sino (lo que no era raro en la Edad Media) de un texto y una música propios que, a falta todavía de algunas indagaciones, constituye casi con seguridad un repertorio único. Como el de Spira, también este oficio es rítmico, en el sentido de que usa la métrica latina, concretamente con versos de pie trocaico. Al mismo tiempo cuenta con rima, como es propio de cierta poesía latina de estos siglos centrales del Medievo y lo será de la poesía en lengua vulgar.
Al igual que en muchas de las piezas monódicas de esta época tardía, el presente responsorio posee un ámbito sonoro amplio, preferentemente en modo VII. El texto narra el milagro del vaso de vidrio arrojado desde un comedor elevado que no se rompió al estrellarse contra el suelo. José Hernández Pastor ha puesto su voz para que esta pieza singular volviese a sonar en los tiempos actuales. Además de nuestra transcripción, han sido importantes las colaboraciones de Sor Micaela Velón de Francisco, Madre Abadesa en 2014 del citado monasterio, año en el que autorizó que le facilitase a Hernández Pastor las partituras que había transcrito del citado manuscrito de Carrión. También quiero mencionar a Santiago Peral, que fue muy generoso en su colaboración como traductor e historiador y cuyas sugerencias habrán de ser tenidas muy en cuenta en caso de que más adelante pudiese abordar un estudio más exhaustivo del manuscrito de Carrión.
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Secuencia “Veni, Sancte Spiritus” en canto mixto
La otra singularidad de “En alas del espíritu” (de tipo musicológico, pues las líneas de fuerza del proyecto afectan a todas las piezas y a todas las secciones por igual) radica en la secuencia “Veni, Sancte Spiritus”. ¿Por qué, se preguntarán algunos, si se trata de una de las pocas secuencias mantenidas en los libros oficiales después Trento? Pues porque se realiza en canto mixto (fractus) que es una modalidad descartada de dichos libros oficiales desde las reformas de la Abadía de Solesmes que dieron lugar a lo que se llamaba a fines del XIX y principios del XX, el “nuevo canto gregoriano”. Ese nuevo canto es el que todos estamos acostumbrados a escuchar en las voces de Solesmes, Silos, Ligugé, San Pelayo de Oviedo, etc. Es decir, unas melodías unificadas y regidas por unos criterios interpretativos determinados. No faltan críticas muy severas a este respecto: “la reconstrucción de las melodías gregorianas antes y después del Motu Proprio fue un engaño teñido de religiosidad para favorecer una aceptación lo más extensa posible de su uso litúrgico (Ismael Fernández de la Cuesta: “La reforma del canto gregoriano en el entorno del motu proprio de Pío X”. Revista de Musicología, XXVII, 1, 2004)
Sin embargo, desde los siglos postreros de la Edad Media, durante las centurias modernas y aun a lo largo de todo el siglo XIX existía no sólo un canto llano de curso fluido sino también otra modalidad, llamada en España canto mixto que tenía un carácter rítmico marcado por el hecho de estar medido a compás, bien con ritmo ternario, bien con binario. Las ediciones oficiales del gregoriano (como el Liber Usualis, el Graduale Triplex, etc.) no incluyen de ninguna manera esta variedad. Se trata simplemente de un canto que, por una parte, es monódico, como el canto llano; y, por otra, medido, como el canto de órgano (polifonía). Por eso se le denomina mixto. Es común, como dice el tratadista Ignacio Ramoneda (s. XVIII) “en los Himnos, Secuencias y en alguna otra cosa de la Misa”. Diego de Roxas (o Rojas), de esa misma época, es un poco más explícito. Afirma “que comúnmente se usa en los Hymnos, en algunas Glorias y Credos, y en todas las Secuencias, que es el Canto Llano mixturado con el Canto de Organo; y por esta razón, llaman algunos a estas composiciones mixtas”. Hay otras piezas de la liturgia que también pueden presentarse en canto mixto, como las lamentaciones de Semana Santa, los gozos en la novena de ánimas o ciertas letanías. Incluso hay misas enteras cuyo Ordinario va en canto mixto.
Pues bien, durante siglos sonaron muchas piezas de canto mixto en nuestras iglesias. Bien está que se use el canto gregoriano oficialmente aprobado para los actos litúrgicos, pero los intérpretes de música antigua podrían empezar a interpretar en sus conciertos, no sujetos a las prescripciones litúrgicas, esta modalidad del repertorio, eclipsada por el gregoriano oficial, ya que ofrece un valor histórico innegable. Por el simple hecho de incluirla, con su ritmo casi bailable, José Hernández Pastor nos revela que la espiritualidad del canto litúrgico puede vestirse con ropajes musicales harto distintos, aunque el mensaje de fondo no cambie.
Venga, pues, el Espíritu a poner luz en nuestros corazones, nos dice la secuencia. Creo que algo así es lo que persigue (y consigue) la voz y los silencios de José Hernández Pastor.
Ilustración: Fragmento del pergamino de Carrión.
Dos piezas singulares en el repertorio de José Hernández Pastor