viernes, 10 de junio de 2016

Diana Díaz, la estudiosa decisiva de Manrique de Lara

Diana Díaz González es ya algo más que una prometedora musicóloga. De hecho, reúne una serie de méritos que dibujan un perfil profesional muy rico, pues tiene experiencia en gestión, crítica, comentarismo musical, docencia universitaria y, por supuesto, investigación.
Defendió su tesis doctoral en 2014, bajo la dirección de la doctora Celsa Alonso, tutora igualmente de su beca predoctoral. Dicha tesis, dedicada a la figura de Manuel Manrique de Lara, resultó merecedora de la máxima calificación, o sea, de ese “cum laude” que ahora es más difícil de obtener que años atrás, en virtud de los cambios habidos en la normativa al respecto.
Se predica de Diana Díaz que ya es más que una promesa a causa de la obra musicológica realizada, que a fecha de esta entrada tiene su piedra angular en el libro dedicado a Manrique de Lara. Lógicamente dicha monografía procede de la tesis y su publicación es una consecuencia directa de haber obtenido nada menos que el Premio de Musicología, correspondiente a 2014, de la Sociedad Española de Musicología. El libro se titula Manuel Manrique de Lara (1863-1929). Militar, crítico y compositor polifacético en la España de la Restauración (Madrid, SEdeM, 2015, 550 p.).
La prologuista de dicho volumen no podía ser otra que Celsa Alonso, que ha sido (y sigue siendo) su mentora, la persona que observa la trayectoria de su discípula y que celebra sus logros al tiempo la sigue orientando cuando lo necesita. Firma un texto muy reflexivo sobre el objeto del trabajo y su época, pero no se olvida de su discípula, con palabras que se pueden suscribir plenamente: “Diana Díaz es una de esas estudiantes que cualquier profesor universitario querría tener de doctoranda: espíritu crítico, inquieta, infatigable, tenaz, inteligente”.
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Como conozco la tesis de la que procede el libro, por haber formado parte del tribunal que la juzgó, puedo decir que, en contra de lo que suele ser habitual, la autora no se ha visto obligada a introducir demasiadas modificaciones en el texto. Ya se sabe que hay tesis que han de pasar por el gimnasio durante algún tiempo antes de llegar a la imprenta, pues no están en plena forma ni del todo presentables para salir a la luz pública. Lo cual, dicho sea de paso, no tiene nada de malo. Pero en este caso ya había un producto fluido, legible y ameno, lo que facilitó las cosas para el tránsito de un formato a otro.
Tanto la autora como la prologuista reconocen el papel inspirador que tuvieron en ellas las aproximaciones de Luis G. Iberni a este personaje. No sobra recordarlo cuando Luis ya no está entre nosotros. Y es todo un detalle que Diana Díaz haya dedicado este libro precisamente a ambos profesores, a Celsa Alonso y a Luis G. Iberni.
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Quizá lo que más llama la atención en Manrique de Lara es su polifacetismo, como se reconoce desde el propio título de la publicación. Lo valoramos como compositor, pero también fue pintor, crítico destacadísimo, investigador, folklorista, bibliófilo y hombre de armas. Por cierto, lo de ser un hombre de armas (e imbuido de un sentido calderoniano de la vida) le llevó no sólo a diversos frentes bélicos, sino a verse inmerso en asuntos que estaba dispuesto a saldar con las armas en la mano.
Y no se crea que el motivo de estas tensiones era que le hubiesen mentado de mala manera a sus muertos o cosa parecida. No, los problemas derivaban de discrepancias estéticas, surgidas como quien dice por un quítame allá esos wágneres. Un episodio de esta índole —descrito por Carlos Bosch y comentado en el libro de Diana Díaz— lo tuvo con Alfonso Albéniz (de quien Bosch era padrino de duelo), el cual estaba molesto por los ataques de Manrique de Lara a todo lo que oliese a estética francesa, saco en el que incluía el militar a Isaac Albéniz, padre del afrentado.
Otro lance de honor lo vivió con Rafael Mitjana, decidido partidario de Pedrell frente a Chapí en las polémicas del momento. Le pidió una rectificación pública o “en su defecto una reparación en el terreno de las armas”. A las preferencias estéticas se une aquí la admiración de Manrique de Lara por Chapí, de quien recibió enseñanza musical sistemática, como afirma Diana Díaz. La verdad es que éstas y otras muchas secuencias de la vida de Manrique de Lara le otorgan un perfume novelesco y ya casi inconcebible en los albores del siglo XX.
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Diana Díaz ha realizado también una labor muy relevante de recuperación de la obra musical de Manrique de Lara, por ejemplo con la edición del Cuarteto en Mi bemol mayor en estilo antiguo, bastante beethoveniano, que ha sido interpretado en varias ocasiones, y sigue en otros proyectos semejantes.
Mas la pasión por Wagner es la gran seña de identidad del compositor y se manifiesta de muchas formas: mediante artículos, por un lado, y asumiendo su lenguaje compositivo en algunas de sus propias obras, por otro. Tengo que decir que la audición del tríptico sinfónico La Orestiada de Manrique de Lara (en versión de la Orquesta Filarmónica de Málaga, dirigida por José Luis Temes), me causó un fuerte impacto. Es una obra del todo wagneriana, escrita en 1893 y estrenada (completa) al año siguiente. Por tanto, no cabe hablar de novedad en la recepción del lenguaje de Wagner, pero sí de hondura, belleza, entrega, dominio orquestal y de una sinceridad que realmente le conceden un valor singular. Da gusto ver los análisis que hace la autora, indicando en sencillos cuadros el juego de las tonalidades o el tratamiento de la teoría del leitmotiv, entre otros muchos aspectos. Se entiende que Diana Díaz asegure no haber encontrado un “ejemplo similar a La Orestiada de Manrique de Lara en el sinfonismo español, al menos a fines del siglo XIX” (p. 338).
Por cierto, esta partitura fue editada por Ramón Sobrino en el ICCMU. Y a este autor, lo mismo que a Ignacio Suárez, Beatriz Martínez del Fresno, Emilio Casares y tantos otros, los cita Diana repetidas veces con la generosidad que le es propia y que ellos se merecen. Ya se sabe —y conviene no olvidarlo— que la historia de la música española es una obra en construcción que vamos haciendo entre todos.
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Más allá de Wagner, a uno le ha llamado mucho la atención lo atento que estuvo Manrique de Lara a las aportaciones de Richard Strauss. Lo explica muy bien Diana Díaz cuando pone de relieve que la primera visita de Richard Strauss a Madrid (1898) no fue valorada por la crítica como se merecía. Por entonces, Strauss era considerado sobre todo un excelente director, pero se conocía muy poco de su obra compositiva. Sólo Manrique de Lara y Cecilio de Roda supieron captar hacia dónde apuntaba el incipiente genio. El músico militar guía al alemán por Madrid y escribe enjundiosos artículos sobre el significado del poema sinfónico.
A este respecto, en los años anteriores y posteriores a la segunda visita de Strauss (1908) sigue operándose el lento proceso de asimilación de la música del alemán, que para Manrique de Lara no tenía parangón en aquel momento. Lo interesante es que el debate alcanzó niveles muy altos y resulta fascinante seguir todo este proceso en la narración que realiza Diana Díaz en su libro. En esencia Manrique de Lara cree que Strauss llega, sin necesidad del texto, a una cabal comprensión del meollo filosófico del argumento que inspira sus poemas, por ejemplo, la figura de don Juan o cualquier otro. Hubo críticos, por el contrario, que se situaron en una línea opuesta, más o menos como la representada por Hanslick en Viena. O sea, el debate clásico sobre la música pura, que tan bien explicó Dahlhaus.
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Quiero concluir estas líneas (que no son una recensión) haciendo saber a los lectores que no se ha enumerado aquí ni la centésima parte de los temas estudiados en el libro de Diana Díaz. Así, un wagneriano como Manrique de Lara no podía sustraerse al debate endémico sobre la ópera nacional. También haría falta referirse a sus iniciativas organizativas, ahondar en su papel como crítico influyente, entre otras muchas cosas. Pero para eso está el libro, claro.
No me resisto, sin embargo, a mencionar un aspecto que es aún más importante de lo que la investigadora señala en su libro, a saber, todo su trabajo en la recopilación del romancero panhispánico dentro de ese vasto proyecto dirigido por Menéndez Pidal y en que participaron figuras tan relevantes como Julián Ribera o Eduardo Martínez Torner. La aportación de Manrique de Lara en lo concerniente a la tradición sefardí (que él conoció in situ por su condición de militar y marino que le llevó a muchos puertos y misiones en el Mediterráneo), es algo que requeriría trabajo aparte, pues se trata de un mundo que precisa una especialización complementaria y compleja para ser abordado.
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Y un último detalle. Estando en lo más alto de su carrera militar es llamado por la Sociedad de Naciones, en 1924, como miembro de la Comisión Misela “para el canje de poblaciones griegas y turcas”, comisión que luego la presidiría. Los detalles los refiere Diana Díaz tras un minucioso análisis del historial militar de su biografiado. Sólo fue la primera actividad de un valeroso militar español en un organismo internacional dedicado a solventar los conflictos por vía diplomática. Por entonces el compositor se radica en Constantinopla (donde sigue con el romancero); le vemos en Bruselas, en las reuniones de la Sociedad de Naciones; aprovecha también para ir a la meca wagneriana de Bayreuth —donde se trata con la familia Wagner— y fallece en un hospital de la Selva Negra en 1929.
En otras palabras: una vida inabarcable, por lo plena, que el libro de Diana Díaz desentraña y pone a disposición de cualquier lector con un mínimo de sensibilidad hacia la historia de la música española. Y lo logra, además, con un rigor y claridad absolutos.
Que cunda el ejemplo. 


Foto: Diana Díaz. Fotografía de Miki López, del diario  La Nueva España.

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