El pitagorismo
articuló las bases de una doctrina cosmológica y musical que se mantendría, con
diversos cambios y añadidos, hasta el siglo XVII. Según esta teoría, el cosmos
es un perfecto engranaje sonoro, una máquina musical que Boecio la llamó machina
coeli
(máquina del cielo).
Lo interesante
de esta maquinaria musical y celeste es que se sitúa por encima del hombre con
una cualidad de suma perfección que se afirma desde los pitagóricos hasta
Newton y de cuya coaptio, o conjunción, Boecio decía que “no cabe concebir
nada más exacto y proporcionado”.
El hombre y su
música son débiles reflejos de esa música sin mácula producida por la
maquinaria celestial. Una música, por cierto, que no se oye porque estamos
acostumbrados a ella desde que nacemos, según unos autores, o por la “pequeñez
de nuestra naturaleza”, como afirmó Porfirio, quien, sin embargo, concede a
Pitágoras, en virtud de su grado supremo de sabiduría, la facultad de oír el
cielo.
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Descendamos
ahora de esa maquinaria ideal hacia terrenos más reales. Los tratados de
máquinas nos ofrecen diversas taxonomías en función de la fecha de su
redacción. Así, encontramos máquinas simples, hidráulicas, neumáticas,
eléctricas, electroestáticas, electromagnéticas (dínamo y magneto) y máquinas
electrónicas. Curiosamente, la música puede tener relaciones con todos estos
tipos de máquinas y esa sería una manera de enfocar el asunto que nos ocupa.
Desde una
perspectiva no ya evolutiva en el plano tecnológico, sino más puramente física,
tenemos otras clasificaciones. En el hermoso tratado sobre las máquinas que los
españoles José María de Lanz y Agustín de Betancourt redactaron y publicaron
bajo los auspicios de la Escuela Imperial Politécnica de París, en 1808, se nos
explican los diversos tipos de movimientos cuyo aprovechamiento constituye el
principio de toda máquina. También aquí podríamos establecer un buen número de
paralelismos con la tecnología de los ingenios musicales. Pero nos detendremos
solamente en un ejemplo.
La ilustración parte del
cuadro de máquinas elementales de dicho tratado (Essai sur la composition
des machines,
de Lanz y Betancourt, 1808).. En concreto, representa máquinas que funcionan
mediante movimiento rectilíneo continuo-circular. En el ángulo superior
izquierdo vemos una manivela que, conectada a un rodillo, facilita la elevación
de un peso. La manivela y el rodillo o la rueda son máquinas elementales. Pero
las historias generales sobre las máquinas son unánimes al señalar que el giro
de la manivela implica una serie de dificultades psicomotrices que
probablemente expliquen la pervivencia hasta la Edad Media de mecanismos mucho
más toscos en diversos utensilios de la cultura material.
De manera que
lo que hoy situamos entre las más elementales de las máquinas, tuvo en los
comienzos de su uso en Occidente un prestigio y un status de tecnología sofisticada
que no podemos perder de vista. No es de extrañar entonces que algunas
representaciones medievales del orden cósmico se nos ofrezcan bajo la forma de
una máquina simple. En el siguiente ejemplo tenemos un detalle de una miniatura
del siglo XIV donde un ángel mueve la rueda del mundo con el dispositivo que
estamos comentando.
Es precisamente
la forma circular de la rueda y el uso de manivela lo que caracteriza a un
instrumento como el organistrum, que en la Edad Media es un instrumento de
fuerte carga simbólica y de manifiesto uso especulativo. La conocida escena de
dos de los ancianos del Apocalipsis tocando el organistrum en lo alto de la
arquivolta del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago, uno atento a la
manivela y otro a los tiradores que dividen las cuerdas en los intervalos
correctos, medievaliza (actualiza, diríamos mejor, desde la óptica del maestro
Mateo) el mensaje bíblico de los veinticuatro ancianos tocando las cítaras de
que nos habla el Apocalipsis.
El organistrum
recorre el camino de Santiago y despunta por su tecnología y simbolismo. Hasta
el punto de representar puntualmente en la tratadística y en la iconografía a
la misma Música entendida como disciplina académica y arte liberal. Un
manuscrito del Hortus Deliciarum de Herrada de Lansberg lo incluye como uno de los
atributos específicos de la Música en el marco de las siete artes liberales.
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Ese rodar,
rodar y rodar, como nos dice la canción, es símbolo de la propia vida. Así se
deduce de las inscripciones que, jugando con los distintos tiempos verbales
(reino, reinaba, reiné, reinaré, distribuidas por cuadrantes en el sentido de
las agujas del reloj) acompañan con frecuencia a las representaciones de la
rueda de la fortuna y nos indican el continuo ir y venir y el obsesivo retorno
de las mismas realidades en la maquinaria del mundo; o, con otro sesgo, en la
derivación de la misma rueda por el lado pesimista, como se ve en la danza de
la muerte que nos sirve, en algunas iconografías, el girar siniestro de una
zanfona, igualmente dotada de rueda y de manivela y accionada por la propia
Muerte.
Jean Gerson, el
famoso místico francés de fines de la Edad Media, ideó un instrumento
músico-simbólico llamado canticordo del peregrino que consiste en una cruz
aspada en cuyos extremos se sitúan las cuatro direcciones, cuatro vocales
llenas de connotaciones morales y una serie de sonidos, dejando para el medio
la letra I, en representación de la inicial del nombre latino de Jesús (Iesus)
a modo de dinámico y salvífico motor perpetuo de tan singular instrumento
músico-simbólico.
Siempre la
metáfora de la rueda celeste en todos estos ingenios e instrumentos reales y
místicos. La verdad es que estas máquinas simples que son las manivelas
asociadas a la rueda o al movimiento giratorio han acompañado la práctica
musical hasta nuestros días. Repárese en el espiritual eolífono o máquina de
viento; piénsese en la ululante e industrial sirena, en el organillo madrileño,
chulescamente accionado con el codo, en ciertas carracas, algunas de ellas de
tremendas resonancias religiosas o en el mismísimo manubrio de la vieja
victrola cantada por el tango.
Ilustración
de la cabecera: carraca del Gabinetto armonico de
Bonnani.
Texto completo y referencias en Angel
Medina: “Espejismos de la tecnologia musical”. Música oral del Sur. Revista
internacional, 4, pp. 97-112, 1999.
Disponible en:
http://www.centrodedocumentacionmusicaldeandalucia.es/opencms/documentacion/revistas/articulos-mos/espejismos
De música, ruedas y manivelas