Se cumplen cien años de la muerte de Claude Debussy
(1862-1918) y he pensado en dedicarle unas líneas que, como ocurre con
frecuencia en este blog, surgen al hilo de la experiencia. Pues se da el caso
de que una de mis ocupaciones profesionales fue la de traductor de los escritos
críticos del compositor francés. Recuerdo que, tras unas pruebas, firmé el
contrato con Alianza Editorial y en 1987 vio la luz la primera edición de las
muchas que habría de tener El Sr. Corchea
y otros escritos. Se partía de la compilación canónica de la Editorial
Gallimard, que contenía la obra crítica completa de Debussy. Quedaba superada
así la edición “histórica”, titulada Monsieur
Croche, antidilettante, mucho más limitada en cuanto a los textos
seleccionados y que circuló en nuestra lengua gracias a una traducción de
Vicente Salas Viu -el ilustre crítico español exiliado en Chile y fundador de
la Revista Musical Chilena-, publicada
en Buenos Aires (Ed. Lautaro, 1945).
Lo de crear un personaje -el Sr. Corchea- que conduce el
discurso estético de algunos de los textos, fue un préstamo que el compositor
tomó de Paul Valery, exactamente de su Monsieur Teste. Parece que a Valery le
hizo cierta gracia haber dado lugar a estos “ejercicios de transposición”, como
los calificó, no sin alguna ironía, en una carta a Pierre Louys.
El señor Corchea aparece en un escrito para La Revue Blanche del 1 de julio de
1901. Debussy, usando la primera persona, se sitúa en una tarde deliciosa y un
punto soñadora. De repente, llaman a la puerta y he aquí al Sr. Corchea, con su
rostro “enjuto y pequeño y gestos visiblemente adiestrados para sostener
discusiones metafísicas”. La descripción prosigue en términos muy ilustrativos:
“Su porte general daba la impresión de un cuchillo nuevo”.
Lo que más le sorprende al anfitrión son las peculiares
opiniones del recién llegado sobre la música. Así que, tras las pocas líneas
dedicadas a describir al personaje, ya le atribuye una manera de hablar de la
música muy suya, sin tecnicismos, como si estuviese ante un cuadro. Es el caso
de la música orquestal, por ejemplo. La de Beethoven sería en blanco y negro,
con una “gama exquisita de grises”. Por el contrario, a Wagner le lanza una
poderosa dentellada. Cuenta el narrador que el Sr. Corchea le define la paleta
orquestal del alemán como un “amasijo multicolor, casi uniformemente extendido
en el que me confesaba no poder ya distinguir el sonido de un violín del de un
trombón”
Recuerdo que una de las curiosidades de la traducción
sobrevino en un minúsculo texto, publicado en 1913 con motivo del centenario de
Wagner. Alude en dichas líneas a un amigo “recientemente desaparecido”, que no
sino el Sr. Corchea. El cual tenía por costumbre llamar a la Tetralogía el
“Bottin” de los dioses. Pensaba uno, al primer golpe de vista, en el concepto
de “botín”, en su sentido ordinario en castellano. Hasta que, al reparar de
inmediato en que, así entendido, no tenía ninguna lógica, en que, por otra
parte, estaba escrito con mayúscula y, naturalmente, en que "botín" se dice de otro modo en francés, empecé a sospechar que había gato
encerrado. Sabía que el término “bottin” se usa en francés para aludir a
grandes agendas, listines telefónicos o, en suma, a catálogos de cualquier
cosa. Consultando un viejo diccionario enciclopédico que tenía en casa, el Larousse Universel (1922), encontré que en
existía el grueso Anuario del comercio
Didot-Bottin, al que sin duda se refería Debussy. Fue una de las dos o tres
ocasiones en las que pude incluir una N. del T. (Nota del traductor) a pie de
página, pues la política editorial de Alianza, en este tipo de libros, venía a
decir que ha de ser el propio lector quien investigue sobre aquello que le
interesa o, simplemente, no acaba de entender. Hoy día, una sencilla búsqueda
en Internet nos ilustraría sobre las diversas etapas, propietarios (uno de
ellos, monsieur Bottin, acabaría
dando su nombre al producto) y crecimiento de este anuario que, con orígenes en
el siglo XVIII, ha llegado a los tiempos actuales.
Asociar la Tetralogía con este tipo de tochos, si se me
permite la expresión, le lleva a reconocer a Debussy que estas ocurrencias de
su alter ego, el Sr. Corchea, son una
“irreverencia”; pero lo equilibra con un cierto reconocimiento de Wagner al
señalar que, pese al retroceso de la influencia wagneriana en Francia, “será
necesario, durante largo tiempo todavía, consultar ese admirable
repertorio”.
***
Más allá de las intervenciones del Sr. Corchea, el resto
de la obra crítica de Debussy no tiene desperdicio. Hay paginas muy notables
sobre los músicos rusos, sobre E. Grieg, P. Dukas, V. d´Indy, C. Franck,
Rameau, puyas contra el verismo y defensa de óperas tan perfectas como La Traviata, de Verdi, brillantes puntos
de vista sobre diversas cuestiones musicales, como el caso de los niños
prodigio, el concepto de música francesa, o la música al aire libre, entre
otros muchos.
A modo de cierre de estas líneas, mencionaré un artículo
de 1914 dedicado a la “música española, interpretada por españoles auténticos”.
Supo ver Debussy lo que atesoraba nuestra música de ese momento, destacando el
caso de Albéniz, aunque sin perder de vista las aportaciones de Turina, Pérez
Casas, Conrado del Campo y del propio maestro Arbós, director de la Orquesta
Sinfónica de Madrid, protagonista de aquella memorable velada. Sonó allí una música española de indudable
raigambre popular, en la que, como escribe Debussy, “tanto ensueño se mezcla
con tanto ritmo, haciendo de ella una de las más ricas del mundo”.
Ilustración:
detalle de la cubierta de la edición de la obra crítica de Debussy en Alianza
Editorial.
Debussy y el señor Corchea