Estamos ya
en la primera etapa del año cervantino. Se conmemora el 400 aniversario de la
muerte del autor del Quijote. Hay más de un centenar de actividades previstas de amplio vuelo, no
pocas aún en un estado un tanto difuso, como subraya un reciente editorial del
diario El País. Y
suenan muchas de las músicas que han tenido alguna inspiración en la literatura
de Cervantes. Así, el aclamado Retablo de Maese Pedro, de Falla, que se presenta en el Teatro
Real con marionetas gigantes de Enrique Lanz, nieto del creador de los muñecos
del estreno de la obra.
A modo de
guiño cervantino, que seguramente no será el último de este año en el blog,
subimos hoy unas líneas sobre dos particulares instrumentos que aparecen al
comienzo del Quijote (Cap.
II): el cuerno de un porquero y el silbato de cañas de un castrador de puercos,
aunque sólo nos extenderemos sobre este último.
***
La
escena
Nos
hallamos en la jornada de la primera salida del hidalgo, ayuna de aventuras
pero pródiga en malentendidos. Don Quijote, tras la fatiga del día, piensa que
la venta que divisa a lo lejos es un castillo. Acto seguido toma por damas a
las “dos mujeres mozas, destas que llaman del partido” (rameras) que allí estaban a sus
puertas. El cuerno de un porquero, a cuya señal se recogían los cerdos, le
suena a don Quijote como trompeta palaciega que saluda su llegada.
Tras una
serie pasmosa de situaciones hilarantes, don Quijote se dispone a cenar. Las
mozas le ayudan a quitarse parte de la armadura, pero no pueden desembarazarle
de la gola y la celada; y como a don Quijote le faltan manos para comer,
levantarse la visera y demás, habrán de ayudar al caballero en cada bocado. El
hidalgo, siempre tan galante con aquellas —para él— principales señoras, remeda
el Romance de Lanzarote:
Nunca
fuera caballero
de
damas tan bien servido…
Para
beber, el ventero le aplica una caña en la boca y le suministra el vino por el
otro extremo. La verdad es que esta escena podría pasar hoy por un acabado happening.
A todo esto irrumpe en la acción un
castrador de cerdos que ha de ser reinterpretado en consonancia con
lo que el manchego imaginaba. Y que podría tener trabajo, pues recordemos que
Cervantes ya había situado en el lugar al porquero guardando su piara a toque
de cuerno. Nos dice Cervantes de este nuevo personaje que "así como llegó,
sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar
don Quijote que estaba en un famoso castillo y que le servían con música".
Ese
"silbato de cañas" es el castrapuercas (término que Cervantes no
usa), castrapuercos, pito o silbato de capador o capador a secas, aún hoy día
en uso en ciertas zonas de América y de España. Como dice Covarrubias:
"castrapuercas, el instrumento a modo de flautilla que toca el que tiene
el oficio de castrar".
Se trata
de un instrumento ínfimo, un aerófono de unos pocos tubos verticales de
distinta longitud, sin lengüeta, apenas capaz de dar unas escasas notas. Pero
precisamente por la rusticidad de esta limitada flauta de Pan, la percepción
del hidalgo ha de apuntar al lado opuesto y ser hiperbólica, asociando su
modesto silbo a los sones de una supuesta música cortesana que le ofrecen en
aquel castillo para amenizar su cena.
Cervantes
procede, como es sabido, a una sistemática traslación del mundo real a la
esfera de lo percibido por el caballero manchego: el pan negro se vuelve
candeal, las rameras se trocan en damas, el ventero deviene señor del
castillo y los dos instrumentos que ambientan sonoramente la escena (el cuerno
del porquero y el silbato del capador) se elevan a trompeta palaciega y a
música cortesana respectivamente.
El lado
oscuro
Hay algo
que no suele tenerse en cuenta cuando se alude al segundo de los instrumentos
mencionados, ahora ya al margen de su cita en el capítulo II de la novela de
Cervantes. Pues cuando en un remoto valle —y en aquellos siglos no tan lejanos—
sonaba el castrapuercas, más de un campesino sabía que, tras aquella visita, su
cerdo y su hijo, éste acaso por quebrado (herniado) o por su voz prometedora,
acabarían en el mismo estado.
Se habla
mucho de los castrati
(capones, en el uso habitual de nuestra lengua), pero muy poco de los
castradores, que no siempre reunían la cualificación adecuada para dicha
operación.
Pascual
Iborra, estudioso del Protomedicato, ha descrito los diversos perfiles y
categorías del ejercicio de la medicina en humanos y animales. Vemos que, dejando a un lado a los oculistas, el resto de los profesionales relacionados
(médico, cirujano, hernista, herrador y albéitar, y castrador de la cuatropea)
puede tener responsabilidades de hecho en la castración de un hombre, aunque no
todos la posean de derecho.
Así, el
albéitar (que vendría a ser un veterinario, pues su misión era curar a los
animales en general) y el simple castrador de animales incurrirían en
intrusismo y delito si ejecutaban la operación de castrar en seres humanos.
Pero lo cierto es que tal cosa ocurría, de modo que esta situación marcaría el
grado más bajo y lamentable de dicha práctica. Y ocurría, ciertamente, pues no
faltaban castradores sin escrúpulos, dispuestos a prácticar la operación en
humanos.
Tenemos
casos de este tipo de intrusos perseguidos por la justicia tras haber castrado
a “racionales”, como se denunciaba en los edictos de búsqueda y captura. También
conocemos las penas, no demasiado graves, que esta intrusión acarreaba. Y cabe
deducir que muchos niños no fueron castrados por necesidad médica (ciertos
tipos de hernia) sino por preservarles su buena voz de antes de la muda, con la
que podrían ganarse la vida como cantores en las capillas de música de los
centros eclesiásticos. Algo que la deontología médica no admitiría, pero sí el
atrevimiento de estos capadores que, por lo demás, contaban con la complicidad
de los padres.
¿Y cómo se
anunciaban y hacían notar su presencia allí por donde pasaban? Pues ya lo
saben: al son del castrapuercas, ese modestísimo instrumento que al hidalgo de La Mancha le sonaba a música de corte y a más de uno le recordaría el fatídico corte y el día aciago en que perdió la capacidad de procrear, acaso por mantener una voz aniñada que ni mucho menos en todos los casos acababa siendo lo suficientemente "de provecho, según se decía entonces, como para ganarse la vida de cantor.
***
Esperemos
que el (en ocasiones) funesto castrapuercas no anuncie capadura, quebranto, ni
merma alguna en las celebraciones dedicadas al Príncipe de los Ingenios y que
en su lugar suene poderosa la trompeta de la Fama y las mil músicas que en en
estos últimos cuatro siglos han bebido en fuentes cervantinas.
Ilustración de Gustavo Doré de la primera salida de D. Quijote.
Me ha gustado mucho el peculiar homenaje a Cervantes. Siempre se ha destacado el realismo de su novela y la humanidad de sus personajes, aun de esos que aparecen de forma tan ocasional en su novela. Una vez más, Medina aúna literatura y conocimiento para presentar algunos de los oficios destinados a tan singulares y siniestros personajes.
ResponderEliminarAgradezco mucho la simple lectura de estas cosillas que voy escribiendo para el blog y aún más que salguien se tome la molestia de añadir un comentario tan cordial al respecto. ¡Gracias mil!
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