Diego García Peinazo es un joven cordobés que un día decidió estudiar Musicología en la Universidad de Oviedo. Y parece que se encontró a gusto, pues, una vez licenciado, solicitó y obtuvo una beca predoctoral y se quedó en la ciudad levítica otros cuatro años, hasta concluir la tesis doctoral, presentada el 21 de abril de 2016.
Los directores de la tesis fueron el Dr. Julio Ogas y quien suscribe. Aclaro de inmediato que mi papel fue más bien administrativo, por razón de la beca, en tanto que hay que señalar a Julio Ogas como responsable científico en la dirección de esta investigación. Julio Ogas tiene importantes trabajos en el ámbito de la música académica, muy en particular su valioso libro sobre la música argentina para piano, pero se ha acercado al mundo de las músicas populares desde perspectivas teóricas muy interesantes que, sin duda, han marcado parte de la orientación elegida por Diego G. Peinazo. El cual, dicho sea de paso, posee también una mente analítica y muy preocupada por las cuestiones metodológicas. La tesis se titula El rock andaluz: procesos de significación musical, identidad e ideología (1969-1982) y obtuvo la máxima calificación: sobresaliente “cum laude”.
Todo lo concerniente a las músicas populares ha ido ganando fuerza en la Universidad de Oviedo. Se han leído en los últimos tiempos un buen número de tesis, trabajos fin de grado y de máster y se han ido adquiriendo fondos bibliográficos que dan solidez a la biblioteca en este aspecto. La labor de la profesora Celsa Alonso, directora del Grupo Diapente XXI en el que se enmarca esta tesis, es fundamental en este punto y por ello fue invitada a presidir el tribunal que ja juzgó, integrado además por los doctores Enrique Cámara de landa (Universidad de Valladolid) y Alfonso Padilla (Universidad de Helsinki).
El rock andaluz no es simplemente el que se hace en Andalucía, sino con más exactitud el que se desarrolla en esa tierra con un anclaje en raíces musicales propias. Eso significa que hablamos de un rock que puede tener escenografías y recursos formales internacionales, pero que al mismo tiempo emplea elementos que, como explica muy bien el autor, representan el universo simbólico de lo andaluz. Y en este universo hay distintos procedimientos derivados de la música tradicional y sobre todo del flamenco.
Diego García Peinazo ha analizado más de 300 piezas. Y cuando se habla de análisis en esta tesis no se alude a una descripción elemental y más o menos “impresionista”, sino a un desmenuzamiento de cada pieza que permite al cabo de muchas de estas disecciones encontrar “indicadores de estilo”. El investigador logra definir una serie de elementos que constituyen indicadores estilísticos de lo andaluz y que, fusionados con el lenguaje internacional del rock, dan lugar a un producto distinto de las músicas de dichos dos orígenes.
Aunque no es éste lugar para muchos tecnicismos, merece la pena ejemplificar. García Peinazo muestra en su tesis el uso de determinados palos flamencos en el rock andaluz. Observó, por ejemplo, que ciertos palos (cita los tangos y el garrotín) entran fluidamente “en convergencia con el rock beat en 4/4”. Ello es posible por tener el elemento común de la estructura cuaternaria como base. Pero el ámbito de lo ternario, sin ser algo ajeno al rock, está mucho más presente en la tradición popular andaluza . Y esa realidad pasa al rock andaluz mediante diversos recursos, como las “disonancias métricas”, hemiolas y otros.
Aún más interesante resultan los hallazgos del musicólogo en el análisis de los planos melódico y armónico, con el protagonismo de los modos frigio o eólico e incursiones en el mixolidio y aun en las escalas pentatónicas.
Que el canto de cualquier música popular tiene valores específicos por su emisión, por la propia vocalidad del mismo —más allá de la melodía que ejecute y de las letras que enuncie— es algo indiscutible. Y es en este punto donde el rock andaluz adquiere un papel identitario sumamente relevante. Ya el rock viene servido por una voz con rasgos propios, voz que a veces es una voz rota, de áspero grano. Y a veces es grito, como en ciertas modalidades mencionadas por el autor. Pero el flamenco es una mina en este terreno. Y entonces ocurre que el mundo de los “ayeos” y de los “quejíos” pasa a la jurisdicción de los vocalistas que, sin embargo, no son cantaores, sino cantantes de rock. Si hay algunas vibraciones de fondo, secretos pasadizos que comunican lo andaluz y el rock, creo que se dan en este ámbito.
Y conste que no me olvido del tratamiento de la guitarra, que puede llenarse de efectos tecnológicos típicamente propios del rock progresivo al tiempo que lo que está sonando es en realidad una cadencia andaluza. Como tampoco me olvido de otras muchas consideraciones y temas de estudio que están en la tesis pero que no es posible ni siquiera enumerar aquí.
Y aunque he de reconocer mi escasa competencia en este repertorio, me parece que disfruto plenamente de todos estos descubrimientos que nos regala Diego G. Peinazo en su tesis y en los artículos que ya ha ido publicando, por la vivencia que he tenido en mi juventud de las músicas analizadas. ¿Cómo no sorprenderme al ver lo que el investigador extrae de piezas tan célebres como “Garrotín”, de Smash, que era la banda sonora de los billares de mi barrio? ¿Cómo no admirarse ante los “significados” que el investigador cordobés saca de las canciones de Medina Azahara o Triana? Pues lo que para uno fue vivencia ha adquirido ya a condición de clásico en su género y de apasionante objeto de estudio.
La cronología acotada incluye algunos años del tardofranquismo y la parte más significativa de la transición (1969-1982). No se olvida García Peinazo de indagar en años anteriores, llegando a la conclusión de que este binomio del tema estudiado (rock/andaluz) ya está presente con anterioridad, si bien la irrupción en los sesenta de la psicodelia y el citado rock progresivo resultan determinantes como punto de partida más sólido.
Un período como éste parece que habría de determinar un posicionamiento político de los protagonistas del rock andaluz. Queda patente en la tesis que las identidades andaluza y española se manifiestan con aplomo en el rock andaluz. A la pregunta de si existe una corriente nacionalista o simplemente un correlato musical del andalucismo político que venía de muy atrás, Diego G. Peinazo responde con prudencia. Parece deducirse que se da una cierta ambigüedad en todo este tipo de cuestiones, incluso con opiniones muy diversas sobre el valor de determinados procedimientos, que unos veían como marcados por el uso que les había dado el franquismo y que otros entendían como raíces que había que modernizar.
No sólo del flamenco y de la copla vive el rock andaluz. También hay quien indaga en la tradición árabe, por razones bastante obvias. Y luego está el tema de las denominaciones, que resulta curiosísimo. El simple enunciado de las numerosas etiquetas que fueron apareciendo para hablar de todos estos fenómenos en torno al rock andaluz es más que significativo. El autor las estudia en la prensa de la época y nos ofrece un nutrido catálogo, del que mencionamos una pequeña muestra: flamenco ye-yé, flamenco rock, gypsy rock, rock del Sur, rock afrobético (que me deja pasmado), rock andaluz y rock con raíces.
Los capítulos finales de la tesis se centran en el análisis de tres discos elepés que muestran, como indica García Peinazo en las conclusiones, “tres formas distintas de dialogar con el canon internacional del rock”. Aquí es donde el autor muestra un dominio sencillamente magistral del repertorio, de las influencias concretas recibidas por cada grupo de los elegidos (Mezquita, Triana y Storm) y aun de cada canción relacionando el citado canon internacional y piezas concretas de ese canon con las realizaciones del rock andaluz.
Es evidente que se trata de un trabajo que tendría que ser publicado. El tribunal lo encontró tan maduro que algún miembro del mismo llegó a reconocer, aunque pueda entenderse en clave de cortesía académica, que resultaba muy difícil añadir algo sustantivo aparte de las felicitaciones de rigor. Luego siempre salen cosas que comentar, claro, pero es cierto que esa solvencia de la que hace gala Diego G. Peinazo fue reconocida por todos.
Y todo esto me causa una gran satisfacción porque siempre es un placer aprender tantas cosas de alguien a quien hemos visto crecer musicológicamente y al que ahora ya hemos de considerar como un prometedor colega.
Los directores de la tesis fueron el Dr. Julio Ogas y quien suscribe. Aclaro de inmediato que mi papel fue más bien administrativo, por razón de la beca, en tanto que hay que señalar a Julio Ogas como responsable científico en la dirección de esta investigación. Julio Ogas tiene importantes trabajos en el ámbito de la música académica, muy en particular su valioso libro sobre la música argentina para piano, pero se ha acercado al mundo de las músicas populares desde perspectivas teóricas muy interesantes que, sin duda, han marcado parte de la orientación elegida por Diego G. Peinazo. El cual, dicho sea de paso, posee también una mente analítica y muy preocupada por las cuestiones metodológicas. La tesis se titula El rock andaluz: procesos de significación musical, identidad e ideología (1969-1982) y obtuvo la máxima calificación: sobresaliente “cum laude”.
Todo lo concerniente a las músicas populares ha ido ganando fuerza en la Universidad de Oviedo. Se han leído en los últimos tiempos un buen número de tesis, trabajos fin de grado y de máster y se han ido adquiriendo fondos bibliográficos que dan solidez a la biblioteca en este aspecto. La labor de la profesora Celsa Alonso, directora del Grupo Diapente XXI en el que se enmarca esta tesis, es fundamental en este punto y por ello fue invitada a presidir el tribunal que ja juzgó, integrado además por los doctores Enrique Cámara de landa (Universidad de Valladolid) y Alfonso Padilla (Universidad de Helsinki).
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El rock andaluz no es simplemente el que se hace en Andalucía, sino con más exactitud el que se desarrolla en esa tierra con un anclaje en raíces musicales propias. Eso significa que hablamos de un rock que puede tener escenografías y recursos formales internacionales, pero que al mismo tiempo emplea elementos que, como explica muy bien el autor, representan el universo simbólico de lo andaluz. Y en este universo hay distintos procedimientos derivados de la música tradicional y sobre todo del flamenco.
Diego García Peinazo ha analizado más de 300 piezas. Y cuando se habla de análisis en esta tesis no se alude a una descripción elemental y más o menos “impresionista”, sino a un desmenuzamiento de cada pieza que permite al cabo de muchas de estas disecciones encontrar “indicadores de estilo”. El investigador logra definir una serie de elementos que constituyen indicadores estilísticos de lo andaluz y que, fusionados con el lenguaje internacional del rock, dan lugar a un producto distinto de las músicas de dichos dos orígenes.
Aunque no es éste lugar para muchos tecnicismos, merece la pena ejemplificar. García Peinazo muestra en su tesis el uso de determinados palos flamencos en el rock andaluz. Observó, por ejemplo, que ciertos palos (cita los tangos y el garrotín) entran fluidamente “en convergencia con el rock beat en 4/4”. Ello es posible por tener el elemento común de la estructura cuaternaria como base. Pero el ámbito de lo ternario, sin ser algo ajeno al rock, está mucho más presente en la tradición popular andaluza . Y esa realidad pasa al rock andaluz mediante diversos recursos, como las “disonancias métricas”, hemiolas y otros.
Aún más interesante resultan los hallazgos del musicólogo en el análisis de los planos melódico y armónico, con el protagonismo de los modos frigio o eólico e incursiones en el mixolidio y aun en las escalas pentatónicas.
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Que el canto de cualquier música popular tiene valores específicos por su emisión, por la propia vocalidad del mismo —más allá de la melodía que ejecute y de las letras que enuncie— es algo indiscutible. Y es en este punto donde el rock andaluz adquiere un papel identitario sumamente relevante. Ya el rock viene servido por una voz con rasgos propios, voz que a veces es una voz rota, de áspero grano. Y a veces es grito, como en ciertas modalidades mencionadas por el autor. Pero el flamenco es una mina en este terreno. Y entonces ocurre que el mundo de los “ayeos” y de los “quejíos” pasa a la jurisdicción de los vocalistas que, sin embargo, no son cantaores, sino cantantes de rock. Si hay algunas vibraciones de fondo, secretos pasadizos que comunican lo andaluz y el rock, creo que se dan en este ámbito.
Y conste que no me olvido del tratamiento de la guitarra, que puede llenarse de efectos tecnológicos típicamente propios del rock progresivo al tiempo que lo que está sonando es en realidad una cadencia andaluza. Como tampoco me olvido de otras muchas consideraciones y temas de estudio que están en la tesis pero que no es posible ni siquiera enumerar aquí.
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Y aunque he de reconocer mi escasa competencia en este repertorio, me parece que disfruto plenamente de todos estos descubrimientos que nos regala Diego G. Peinazo en su tesis y en los artículos que ya ha ido publicando, por la vivencia que he tenido en mi juventud de las músicas analizadas. ¿Cómo no sorprenderme al ver lo que el investigador extrae de piezas tan célebres como “Garrotín”, de Smash, que era la banda sonora de los billares de mi barrio? ¿Cómo no admirarse ante los “significados” que el investigador cordobés saca de las canciones de Medina Azahara o Triana? Pues lo que para uno fue vivencia ha adquirido ya a condición de clásico en su género y de apasionante objeto de estudio.
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La cronología acotada incluye algunos años del tardofranquismo y la parte más significativa de la transición (1969-1982). No se olvida García Peinazo de indagar en años anteriores, llegando a la conclusión de que este binomio del tema estudiado (rock/andaluz) ya está presente con anterioridad, si bien la irrupción en los sesenta de la psicodelia y el citado rock progresivo resultan determinantes como punto de partida más sólido.
Un período como éste parece que habría de determinar un posicionamiento político de los protagonistas del rock andaluz. Queda patente en la tesis que las identidades andaluza y española se manifiestan con aplomo en el rock andaluz. A la pregunta de si existe una corriente nacionalista o simplemente un correlato musical del andalucismo político que venía de muy atrás, Diego G. Peinazo responde con prudencia. Parece deducirse que se da una cierta ambigüedad en todo este tipo de cuestiones, incluso con opiniones muy diversas sobre el valor de determinados procedimientos, que unos veían como marcados por el uso que les había dado el franquismo y que otros entendían como raíces que había que modernizar.
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No sólo del flamenco y de la copla vive el rock andaluz. También hay quien indaga en la tradición árabe, por razones bastante obvias. Y luego está el tema de las denominaciones, que resulta curiosísimo. El simple enunciado de las numerosas etiquetas que fueron apareciendo para hablar de todos estos fenómenos en torno al rock andaluz es más que significativo. El autor las estudia en la prensa de la época y nos ofrece un nutrido catálogo, del que mencionamos una pequeña muestra: flamenco ye-yé, flamenco rock, gypsy rock, rock del Sur, rock afrobético (que me deja pasmado), rock andaluz y rock con raíces.
Los capítulos finales de la tesis se centran en el análisis de tres discos elepés que muestran, como indica García Peinazo en las conclusiones, “tres formas distintas de dialogar con el canon internacional del rock”. Aquí es donde el autor muestra un dominio sencillamente magistral del repertorio, de las influencias concretas recibidas por cada grupo de los elegidos (Mezquita, Triana y Storm) y aun de cada canción relacionando el citado canon internacional y piezas concretas de ese canon con las realizaciones del rock andaluz.
Es evidente que se trata de un trabajo que tendría que ser publicado. El tribunal lo encontró tan maduro que algún miembro del mismo llegó a reconocer, aunque pueda entenderse en clave de cortesía académica, que resultaba muy difícil añadir algo sustantivo aparte de las felicitaciones de rigor. Luego siempre salen cosas que comentar, claro, pero es cierto que esa solvencia de la que hace gala Diego G. Peinazo fue reconocida por todos.
Y todo esto me causa una gran satisfacción porque siempre es un placer aprender tantas cosas de alguien a quien hemos visto crecer musicológicamente y al que ahora ya hemos de considerar como un prometedor colega.
Diego García Peinazo y las identidades del rock andaluz