Hay un dicho que reza así: “Mira, mira como subo de pregonero a verdugo”. Es una forma irónica de
sugerir que las cosas van mal, cuesta abajo, de más a menos.
Los dos oficios del refrán me salieron al paso cuando indagaba sobre los músicos vinculados al ámbito municipal en el Oviedo de los siglos modernos. Pensé que había que dedicar algo de atención a los pregoneros, pues ya se sabe que lo “sonoro” va más allá de lo meramente “musical” y no era cuestión de limitarse a los ministriles encargados de tocar la trompeta, el clarín, los atabales o la gaita, por poner unos ejemplos característicos de músicos al servicio de la municipalidad en aquellos tiempos.
Los dos oficios del refrán me salieron al paso cuando indagaba sobre los músicos vinculados al ámbito municipal en el Oviedo de los siglos modernos. Pensé que había que dedicar algo de atención a los pregoneros, pues ya se sabe que lo “sonoro” va más allá de lo meramente “musical” y no era cuestión de limitarse a los ministriles encargados de tocar la trompeta, el clarín, los atabales o la gaita, por poner unos ejemplos característicos de músicos al servicio de la municipalidad en aquellos tiempos.
El pregonero ejerce una
actividad que aún está presente en la memoria colectiva de nuestro país (a
veces a través de las viejas películas del cine español) y que ha interesado a
los antropólogos y etnomusicólogos, en razón de su rol singular y por sus
técnicas de recitación de los correspondientes bandos y demás avisos
municipales.
El caso es que es que el
cargo de pregonero puede aparecer asociado (los datos son del siglo XVIII en
Oviedo) al de “ejecutor de justicia” o verdugo. Mas no nos referimos aquí a la
tradición de presentar juntos al pregonero y al verdugo ante el pueblo al
comienzo de los festejos, como advirtiéndole y recordándole que si el primero
proclama la norma a los cuatro vientos, el segundo se encarga de castigar
severamente a los que pretendan saltársela a la torera.
No es este tipo de
asociación de dos personas (cada una con un trabajo distinto) de lo que aquí se
quiere tratar —aunque el tema daría mucho juego—, sino de la coincidencia de
los dos puestos en una sola persona. En 1777, por ejemplo, se da en Oviedo esta
duplicidad.
***
Semejante pluriempleo me
atrajo de inmediato. Anoté, por ejemplo, informaciones sobre el traje del
ejecutor de justicia, que era de colores llamativos, rojo o azul, o bien
demediado sobre ambos tonos. De este modo quedaba bien diferenciado de las
gentes ordinarias.
Esa marginalidad se
advierte mucho mejor en el detalle de que este personaje portaba una vara para
señalar aquello que deseaba adquirir, pero que no podía tocar. ¿Quién compra
unas manzanas en el mercado —se dirían los más remilgados—después de que el
verdugo hubiese estado manoseándolas? Y por si su traje bicolor no fuese
suficientemente explícito, lucía una escalera de patíbulo bordada en la parte
de atrás del sombrero.
Un ciudadano así
componía una estampa igualmente bifurcada entre el soniquete de su pregón
(acaso escuchado como el de un oráculo cuando se daba la mencionada duplicidad
de cargos) y el silencio acusador y estigmatizante de su otro oficio de
verdugo. Pues es conocido que si por un lado son actores de la ley y su trabajo
puede presentarse como ejemplarizante desde el poder, por otro no dejaban de estar muy mal vistos y pintados con las más negras tintas.
Hay toda una literatura
acerca del tema y estudios muy sugerentes sobre la psicología de estos
ejecutores de sentencias. Incluso hay estudios que desmentirían lo afirmado en
el refrán del comienzo en algunos aspectos y épocas, pero todo ello no viene al
caso en esta nota meramente curiosa.
Un último detalle que,
como los anteriores, ha sido extraído de los libros de acuerdos del
ayuntamiento de Oviedo: por si el pregonero-verdugo tuviese poco trabajo con su
dúplice ocupación diurna, también podía encargarse de tocar las campanillas por
las ánimas durante la noche. O sea, tres en uno. Las calles eran testigos
entonces de su nítido tintineo, repique de orden en las tinieblas de la ciudad
dormida y alivio para insomnes y supersticiosos.
***
Oviedo, como “entorno
sónico limitado”, sonaba de una determinada manera en el siglo XVIII, poseía un
concreto “paisaje sonoro”, por utilizar la teoría de Murray Schaffer pronto
asumida por la Unesco para muy variados fines y proyectos. Unos Autos de buen gobierno y
Policía, publicados
para la ciudad de Oviedo en 1791, nos muestran la preocupación sobre el ruido
en un período histórico preindustrial, que podríamos asociar con cierto gusto
ordenancista de tradición ilustrada:
"Que siendo como es tan
molesto a los enfermos y a los sanos el fastidioso y perjudicial ruido del
rechino o chillido de los carros, no se puedan traer por los paseos, ni
introducir en la ciudad con dicho rechino o chillido y deberán venir sin ellos
que entraren…”
Por la misma razón, no
sería descabellado analizar al personaje que hoy traemos a este blog con el
mismo método; pues resulta que alguien dedicado a segar vidas, a silenciar para
siempre a los reos (salvo que gritasen desaforadamente en las penas de azotes y
entonces los rechinos y chillidos eran de otro cariz), se nos muestra como un
agente sutil de “señales sonoras”, únicas y casi estremecedoras, sobre la
“tónica” del “paisaje sonoro” de la ciudad.
***
Es lo que tienen los
archivos: va uno con una idea de trabajo e incluso alcanza a cumplir sus
objetivos, pero la propia riqueza de las fuentes nos deja vislumbrar nuevos
caminos y posibilidades que sólo otros, en el futuro, habrán de analizar con el
debido rigor.
Referencia:
Ángel Medina Álvarez. “Sugerencias de trabajo
musicológico en archivos municipales”. Música oral del Sur. Revista Internacional, 2, pp. 7-18. (Granada): Centro de Documentación
Musical de Andalucía, 1996. (Disponible en la Biblioteca Virtual de Andalucía).
Enhorabuena por esta entrada. En mi modesta opinión ha quedado "redonda". Gracias por compartir de forma tan amena e interesante tus conocimientos.
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