Dentro de la
filosofía presocrática destaca el caso de Empédocles por varias razones. La
primera, por explicar el mundo no a partir de un solo principio (como el agua o
el aire) sino por la interacción de varios, llamados raíces (rizomata) y,
posteriormente, elementos. En los fragmentos conservados de su obra Sobre la
naturaleza
dice:
“Pues escucha, primero, las raíces de todas las cosas:
Zeus, el resplandeciente y Hera, dadora de vida, así como Aidoneo y Nestis, que
con sus lágrimas hace fluir el agua de las fuentes de la tierra”.
Incluso bajo nombres míticos reconocemos la tierra (Hera),
el agua (Nestis), el aire (Aidoneo) y el fuego (Zeus).
Dice el filósofo que nada nace y nada muere, que no hay
sino cambio y mezcla constantes. Y de esa mezcla y de sus distintas
proporciones sale toda la realidad. En continuo movimiento circular se produce
una especie de lucha entre las cuatro raíces que tiene momentos de tensión y
momentos de concordia:
“tan pronto
se unen, en amor, formando un orden bien ensamblado, como se separan de nuevo
el uno del otro por el odio de la discordia hasta que, amalgamados, se unen
otra vez en el Todo-Uno”.
Amor y odio, equilibrio y
movimiento, he ahí los extremos de esta continua revolución circular.
El poder clasificatorio de los
cuatro elementos resultó tan poderoso que acabó recorriendo los siglos. Desde
el siglo V a. J. C., época de Empédocles, hasta el siglo XVII su operatividad
en muy diversos frentes (medicina, música…) es sorprendente y se considera
absolutamente científica. Y sigue actuando incluso hasta el día de hoy a
ciertos niveles (artísticos, ecológicos, etc.).
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Las aplicaciones o simples usos musicales
de la teoría de los cuatro elementos resultan ciertamente de lo más variopinto.
Un punto clave es la estratificación de los mismos en un orden vertical. En el Timeo de Platón esto ya está perfectamente formulado. Cada elemento
mantiene relaciones proporcionales con el siguiente y así se ordena y se da
forma al universo.
Existe un aspecto estructural de
la música que tiene que ver con la verticalidad, es decir, con un eje de
ascenso y de descenso. Ese camino puede organizarse mediante algún tipo de escalas por las que subir y bajar.
En la teoría griega las
sucesiones de notas más determinantes no son las simples especies de octavas,
sino los sistemas (mayor, menor, inmutable) basados en diversas agrupaciones de
tetracordios. Por esa razón, Arístides Quintiliano no duda en asociar los cinco
tetracordios de la teoría con los cinco elementos, o sea, con los cuatro ya
citados y el añadido del éter. De esta manera, en género diatónico, del grave
al agudo, utilizando el nombre de nuestras notas y prescindiendo de la
terminología griega (proslambanómenos, hypaton…), el paralelismo quedaría
así:
—Nota añadida: La
—Tetracordio primero: Si, Do, Re,
Mi (Tierra)
—Tetracordio medio, conjunto con
el anterior: Mi, Fa, Sol, La (Agua).
—Tetracordio conjuntivo, último
del sistema perfecto menor: La, Sib., Do, Re (Aire).
—Tetracordio disyuntivo,
penúltimo del sistema perfecto mayor: Si, Do, Re, Mi (Fuego).
—Tetracordio hiperbólico, último
del sistema perfecto mayor: Mi, Fa, Sol, La (Éter).
La suma de ambos sistemas
perfectos (mayor y menor) constituye el sistema perfecto inmutable. Podría
criticarse que la relación entre el tetracordio conjuntivo y el disyuntivo no
es de clara sucesión, como en los otros casos, sino de una cierta contigüidad,
pero no hay que olvidarse de que Quintiliano tiene que cuadrar los cinco
tetracordios con otras clasificaciones, por ejemplo con los cinco sentidos, lo
que obliga a ciertas licencias.
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Más de mil años después de
Arístides Quintiliano esa idea de estratificación y eje ascensional sigue
presente en las Instituciones armónicas del gran Zarlino (s. XVI), donde asocia a los cuatro
elementos con las cuatro voces de la polifonía de la época, es decir: Tierra/bajo,
Agua/tenor, Aire/alto y Fuego/soprano. Escribe Zarlino:
. "Los músicos suelen
poner, las más de las veces, cuatro partes en sus cantinelas, en cuyas cuatro
partes dicen que está contenida toda la perfección de la armonía. ¿Y por qué,
siendo principales, las llaman, no obstante, Elementales, a la manera de los
cuatro elementos? Pues porque así como todo cuerpo mixto se compone de éstos,
lo mismo ocurre en toda perfecta cantilena”.
Zarlino repara en que las voces
del canto no son compartimentos estancos, sino que la zona grave de una es como
la aguda de la anterior. Además, a medida que se asciende todo se hace más
liviano y aéreo, pero siempre con zonas de contacto entre voces sucesivas:
“así el Bajo ocupa el lugar más
grave del canto. Procediendo hacia arriba, hacia el agudo, se acomodará otra
parte, que llamamos Tenor y que asimilamos al Agua, y así como sucede
inmediatamente a la Tierra en el orden de los elementos y está fundida con
ésta, así el Tenor sigue al Bajo en el orden de estas dichas partes sin nada
intermedio, sin que sus cuerdas graves difieran en nada de las agudas del Bajo”.
Basten, pues por hoy, estas dos
muestras del poder evocador y organizativo de los cuatro elementos en relación
con la música.
Ilustración: Canón enigmático de los cuatro elementos. Cerone: El melopeo y maestro.
Lecturas musicales de los Cuatro Elementos (1)