En el tradicional Concierto de Navidad de la Universidad de Oviedo (lunes, 18 de diciembre, en la Catedral), a cargo del Coro y la Orquesta de la Universidad, dirigidos por Joaquín Valdeón y Pedro Ordieres, con la soprano Lola Casariego de solista, se escucharán, aparte de un concierto de Haendel, tres obras de jóvenes compositores asturianos: un estreno de Gabriel Ordás y dos reposiciones de Guillermo Martínez. Aprovechando que hemos escrito unas notas al programa sobre ese concierto institucional, traeremos al blog un par de entradas sucesivas sobre dichos autores y obras. Empezamos con el estreno absoluto.
Gabriel Ordás
(Oviedo, 1999) es un ejemplo notable de precocidad musical. La música le llega
por vía familiar desde su más tierna infancia. Estudia en la Escuela Municipal
de Música de Oviedo y a los 11 años estrena una obra para orquesta de cuerda.
Su primer y decisivo maestro en asuntos de oficio compositivo fue Fernando
Agüeria, habiendo recibido consejos y clases de Jorge Muñiz y Leonardo Balada.
Actualmente cursa estudios superiores en el Conservatorio “Eduardo Martínez
Torner” de Oviedo, siendo el violín su instrumento principal, aunque
complementado con el piano. Desde 2015 se han intensificado los estrenos,
destacando el de Entornos, a cargo de
la Oviedo Filarmonía. Su música ya ha empezado a darse a conocer en ámbitos
internacionales en una brillante y emergente trayectoria artística.
Gabriel Ordás
concluyó esta fase de su Stabat Mater
speciosa en noviembre del presente año. Se trata del encargo de la
Universidad de Oviedo para el Concierto de Navidad de la institución. La
composición está escrita para coro mixto y orquesta. Esta última con los
siguientes efectivos: flautas, oboes, clarinetes en Si bemol, fagots (todos
ellos a dos), trompetas en Si bemol, trompas en Fa, trombones (todos ellos a
dos), tuba, órgano, cuerda y una sección muy completa de percusión (dos
timbales, bombo, plato suspendido, platillos, 3 tom-toms, cortina de
percusión, juego de crótalos, campanas tubulares y Glockenspiel lira).
El Stabat Mater speciosa no se ha mantenido
en el uso litúrgico como ha ocurrido con la secuencia Stabat Mater dolorosa. Ambas han de ser citadas a la par, pues, si
bien resultan opuestas en lo temático, están calcadas en cuanto a los patrones
poéticos. Mientras una presenta a María, llorosa ante la escena de su Hijo en
la cruz, la que hoy escucharemos dibuja una encantadora postal navideña, con
María en el pesebre ante el recién nacido. Ambas se vinculan al mundo
franciscano medieval y, más en concreto, a Iacopone Todi (s. XIII). Las
polémicas académicas parecen sugerir que la “speciosa” es secuela de la
“dolorosa” y de factura un poco más descuidada, por lo que cabe dudar de la
autoría mencionada. Nótese que, pese a este apartamiento de la ortodoxia
litúrgica, los versos del Stabat mater
speciosa han sido utilizados en diversas obras, como en el oratorio Christus, de Liszt, entre otras.
El texto, ingenuo a
veces, entrañable en otras ocasiones, luminoso y esperanzado siempre, es, sin
duda, uno de los mejores fundamentos de los que podría partir el compositor
ovetense. Procede indicar que Gabriel Ordás se ha limitado a poner música a las
seis primeras estrofas, que son sólo una pequeña parte del total. La razón es
que está escribiendo una cantata con todo el texto (y con algún cantante
solista), de la cual, lo que hoy se presenta, sería el primer coro.
Como detalles
musicales, es evidente que la sección de percusión tiene un papel protagonista
desde el mismo arranque de la obra. Aporta timbres llamativos, pasajes a modo
de “sonoras fanfarrias”, como apunta el propio autor, que resultan ideales para
construir ese ambiente afirmativo, de alegría popular propio de ese momento de
gloria. El comienzo, con un largo redoble de timbales (y bombo puntualmente),
sobre el que se destaca el toque de las campanas tubulares, es una convocatoria
en toda regla para asistir al misterio que se acaba de producir en Belén.
La composición
muestra a un artista capacitado, con amplio dominio de la técnica pese a su
juventud (18 años recién cumplidos), que se encuentra a gusto en la esfera de
lo tonal. De hecho, sorprende el limitado número de tonalidades, acordes y
grados estructurales manejados a lo largo de la obra, sobriedad que no quita
variedad ni sentido de la direccionalidad a la composición. Incluso a veces nos
sorprende con un relámpago de disonancia o, por el contrario, con una triunfal
tonalidad mayor. También destacan el papel del órgano, el uso de los oboes, así
como el tratamiento de la cuerda, donde se nota su oficio como violinista,
eficaz y sin abuso de dificultades para los intérpretes, salvo acaso en algún
momento del violoncello.
Ordás es un creador
muy cuidadoso en la aplicación de la música a las partes cantadas. Cuando éstas
comparecen, tras un recogido y breve preludio, vemos un fraseo donde cada voz
procede con cierto gusto salmodiante. De hecho, el compositor ha buscado
detalles de arcaísmo y algunas referencias muy sutiles al canto llano, aunque
no a la melodía medieval del Stabat Mater
speciosa.
Pero el elemento
vertebrador de toda la obra es una célula de tres notas que transforma y adapta
de mil maneras, precisamente no en sí misma, sino en las diversas opciones con
que la hace continuar, tanto en las voces como en algunos instrumentos. Ese
arranque común a muchos pasajes le otorga al discurso musical un carácter muy coherente
por lo que tiene de repetición, de llamada a la memoria y, en suma, de elemento
que en los términos de la retórica musical del Barroco se adscribirían al
concepto de anáfora, o sea, pasajes que comienzan igual y varían en su
continuación.
Gabriel Ordás es un
compositor que desea transmitir sentimientos, emociones, ideas. Por eso su
música caería dentro de estéticas expresivistas y no nos extraña que entre los
autores admirados (además del Mozart de su niñez y el Bach que ya le acompañará
siempre) haya sabido interesarse por Penderecki. Además, nuestro compositor es
amigo de simbolismos y, por decirlo con claridad, de otorgar a la música un
papel trascendente. En esta obra, por ejemplo, no sería difícil encontrar toda
una serie de elementos que nos llevan al número tres, al número con principio,
medio y fin, a la cifra de la Santísima Trinidad que precisamente se completa
con la encarnación del Hijo de Dios a través de la Virgen María.
Foto cortesía de Gabriel Ordás
Hace años, estimado D. Ángel, que no leo unas notas al programa así de completas -tal como constan en su blog-; tan bien estructuradas, técnicamente fundamentadas e impecablemente expresadas como las que constan en las del Concierto de Navidad, recientemente celebrado en la Catedral de Oviedo.
ResponderEliminarUn lujo de altísimo nivel que hemos disfrutado tanto como el resto del evento.
¡¡¡Muchísimas gracias!!!
¡Muchas gracias! Seguramente me inspiró a ocasión y el hecho de que fuese un acto institucional de mi propia casa, la Universidad, así como la circunstancia de que haya autores jóvenes tan bien preparados en nuestra tierra. Me alegro de que le hayan gustado esas notas que, en parte, estoy trayendo a este blog.
Eliminar"la ocasión", quise decir.
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