Como en la copla —ayer,
hoy, mañana y siempre—
todo tiempo vale para estar a la vera de Bach, o a sus pies, por decirlo con
más justeza. Quizá con la excepción de las cinco décadas subsiguientes a su
fallecimiento y dejando a un lado los momentos difíciles y las incomprensiones
padecidas a lo largo de su vida, la fortuna crítica de Bach no ha parado de
mejorar hasta el presente.
Si en el siglo XIX contribuyeron a su
culto las ediciones de sus obras y los festivales impulsados por diversas
sociedades, principalmente centroeuropeas, el siglo XX supo extraer del cantor
de Santo Tomás algunas lecciones que circularían por lo mejor de su música,
hasta el día de hoy, como una savia imprescindible. Y no deja de ser curioso
constatar que esa influencia germinal se opera en autores y escuelas harto
diversos.
Debussy, por ejemplo,
aseguraba que Bach no era silbable. Eso de silbar las primeras notas de Los
Maestros Cantores era
para Debussy cosa muy propia de los “prisioneros de lujo de las cárceles
musicales” cuando salen al boulevard, pero impensable para el caso de Bach. Porque en
éste hay un sentido de la línea, un trazo a modo de divino arabesco, que
constituye un universo propio.
Ese reino de lo ornamental (y
Debussy advertía que el término “ornamento” en modo alguno ha de asociarse con
lo que indican a ese propósito los manuales de música) es heredero del canto
litúrgico, contrapunteado por los prodigios de los polifonistas clásicos y
cristaliza en una música que levita, que se hace más aérea en manos de Bach por
el feliz encuentro de la belleza y “esa libre fantasía, siempre renovada, que
todavía asombra en nuestro tiempo”.
Debussy escribe estas líneas
en 1901. Algunos años después surgiría la escuela capital para el desarrollo
ulterior de la música del siglo XX. Dicha escuela, la segunda de Viena en
términos musicológicos, no se explica sin Bach. Son conocidas las
transcripciones de Bach realizadas por sus miembros más significativos. En el Cuarteto
opus 28 de Webern todo
gira en torno a unas notas que son el propio nombre de Bach (como se sabe, la
notación alemana es alfabética) fenómeno que también se da en las Variaciones
para orquesta de
Schoenberg, compositor por cierto comparado frecuente y acertadamente con Bach
por algunos autores. Alban Berg, por su parte, fue capaz de introducir un coral
de Bach en su Concierto para violín sin que la coherencia dodecafónica de la obra se
resintiese en ningún momento.
Cuando en 1931 Schoenberg
preparaba un seminario titulado “El camino hacia la composición con doce
sonidos”, Bach aparece de manera destacada como modelo en lo concerniente al
contrapunto y al desarrollo. Las técnicas contrapuntísticas y la sabiduría de
Bach en el arte de la variación no podían dejar de atraer a quienes llevaron estos
principios constructivos a su grado más extremo en la historia de la música
occidental.
Hubo aproximaciones desde
otros enfoques muy distintos, caso de H. Villa-lobos o de Piazzola, por irnos
al continente americano; y desde otros géneros, muy singularmente desde el
jazz. Bach siempre es inagotable.
También la música española del siglo XX se
nutre del universo bachiano. Adolfo Salazar, el más célebre crítico de la
Generación de la República, es el autor de un notable estudio sobre el músico
germano, de los pocos escritos por autores españoles. Ernesto Halffter ofrece
una incisiva lectura del segundo concierto de Brandenburgo de Bach en una parte
de su celebérrima Sinfonietta, la obra emblema de la intelectualidad musical de la época, como se
advierte en El arte al cubo de Fernando Vela.
En la Generación del 51 y
siguientes las alusiones, citas e integración de conceptos compositivos de Bach
se multiplican, con matices imposibles de presentar en estas líneas. ¿Hace
falta decir lo que significa Bach para Josep Soler, y no sólo por el homenaje
que le tributa en varias piezas de su Álbum para piano?
Sin embargo, Agustín G. Acilu
(Alsasua, 1929) pudiera ser el autor de su generación más constante y
tempranamente atraído por Bach, al ver en él, como explica Marta Cureses en su
libro El compositor Agustín González Acilu. La estética de la tensión (ICCMU), el máximo “equilibrio entre
ciencia y humanismo” que se haya dado en la historia de la música. En ese mismo
libro se recoge una chispeante sentencia que le he oído a Acilu en más de una
ocasión: "después de Bach, viene la música ligera”.
Concluyo recordando un
espectáculo de Carles Santos titulado La Pantera imperial, en el que la música de Bach tiene un
papel central. Claro que Santos y Bach forman un binomio que da para mucho más,
pero no en esta entrada. En efecto, Claude-Henri Buffard escribía con motivo de
la presentación del espectáculo en Francia: para Carles Santos "Bach es su
sol y su droga, su pan cotidiano y su primer bocado de miel de la mañana, su
concubino y su ídolo, su amigo y su maestro".
O sea que, de nuevo como en la
copla, a tu vera, siempre
a la verita tuya, amigo
Juan Sebastián.
Nota: este texto fue publicado, con el
mismo título y contenido casi idéntico
en un medio periodístico con motivo de cierta celebración bachiana de
bastantes años atrás. No dispongo de la referencia exacta, lo que no obsta para
que lo recupere en este blog porque, como se ha dicho, siempre resulta oportuno
acordarse de Bach, aunque sea
de manera tan
modesta como aquí es el caso.
No puedo evitar añadir un link de esta gran mujer : https://www.youtube.com/watch?v=0WHHW8PrF6Q
ResponderEliminarMuchas gracias. Me ha encantado la sugerencia.
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