I. Apunte de contexto
La Escolanía de San Salvador tiene ya una historia de más de cuarenta años. Echó a andar en 1973 (si bien los preparativos ya habían comenzado en 1972) en el seno de la Capilla Polifónica ‘Ciudad de Oviedo’. Tuvo como director durante sus primeras tres décadas al maestro de capilla de la Catedral de Oviedo, don Alfredo de la Roza, fallecido en 2004 y a quien ya he dedicado una amplia entrada en este blog. Hasta entonces, la Escolanía estuvo vinculada a la catedral ovetense.
El antiguo
escolano y sacerdote don Gaspar Muñiz fue el sucesor de don Alfredo y el
impulsor desde 2005 de una nueva y fecunda etapa, con sede en la parroquia de
San Isidoro el Real. De dicho periodo data, entre otras cosas, la misa y ciclo
musical que cada año se celebran en recuerdo de don Alfredo.
En
septiembre de 2013 asumió la dirección musical de la Escolanía la hasta
entonces organista titular, Elisa García. La entidad cuenta con dos coros: los
puericantores (6 a 14 años, que ya dirigía desde 2005) y el coro joven (entre
15 y 30 años).
Y como
hombre clave en asuntos de gestión y representación, no quiero olvidarme de
Nacho Rico, presidente de la Escolanía. Ni tampoco, aunque sea sin nombrarlos,
de los amigos, socios, cantores, familiares, empresarios, músicos colaboradores
e instituciones que hacen posible la benéfica labor de esta agrupación musical
tan querida para los ovetenses y que ya ha tenido numerosos reconocimientos y
actuaciones nacionales e internacionales.
II. Una
velada muy especial
El caso es
que este curso 2015-2016 la Escolanía organizó unas sesiones denominadas Las
veladas de los jueves con un fin en buena medida divulgativo y didáctico y con el
órgano como principal (aunque no único) protagonista. Y justamente el pasado
jueves, 12 de mayo, tuvo lugar el concierto de clausura, que fue el número 16
del ciclo (si no he contado mal) y que cabe valorar como un perfecto broche de
oro, especialmente atento al patrimonio musical asturiano y, más en concreto, a
los fondos conservados en la Catedral de Oviedo.
Desde luego,
en este caso se echó en falta un programa de mano. Sabemos que los medios son
escasos y entendemos que ciertos conciertos de repertorio, bien explicado de
viva voz al público asistente, pueden prescindir del programa si no queda más
remedio. Sin embargo, este concierto tiene un manifiesto valor histórico. No es
uno más del ciclo. Por ello, tendría que haberse editado un programa lo más
cuidado y completo posible (autores, títulos, intérpretes, datos históricos…).
Estamos hablando de la memoria de la ciudad y eso requiere un esfuerzo añadido.
Todorov enseña que la memoria se construye con recuerdos y con olvidos. Y está
claro que un concierto como éste ha de quedar entre los primeros.
No era la
primera vez que la Escolanía se aproximaba a la música de la Catedral, como en
su día lo hizo la citada Capilla Polifónica en la que tuvo su origen. Años
atrás, por poner un ejemplo, estos jóvenes cantores interpretaron diversas
piezas (algunas en varias ocasiones) que habían sido transcritas por el autor
de estas líneas.
Sin embargo,
en esta ocasión se pudo contar también con un grupo instrumental dirigido por
el organista Samuel Maíllo, músico muy activo en todo este ciclo. Lo cual,
junto con el coro y las voces solistas que entraron en juego, permitió la
interpretación de un repertorio particularmente atractivo. En efecto, volvieron
a sonar composiciones muy hermosas que se habían escrito casi dos siglos y
medio atrás.
El concierto
tuvo como asesora académica y presentadora de lujo a la Dra. María Sanhuesa
Fonseca, profesora de Musicología la Universidad de Oviedo y perfecta
conocedora de todos los entresijos del archivo capitular en lo atinente a la
música allí conservada.
Sus
intervenciones resultaron modélicas, ajustadas, enunciadas de forma clara y
concisa. Y hasta se permitió algunos detalles de sutil ironía, tan suyos, como
cuando se produjo una pequeña confusión con cierto cambio del orden de las
piezas.
III.
Cuatro estrenos en los tiempos actuales
Destacó la
musicóloga que las cuatro composiciones seleccionadas se sitúan en plena edad
de oro de la música catedralicia, exactamente entre 1773 y 1786. Dos de ellas
son obra de Joaquín Lázaro, otra de Pedro Furió y una más de Francisco Nájer.
Comenzó el
concierto con Dios mío, calla, aria para tiple, violines, flautas, trompas y
bajo continuo, de Joaquín Lázaro (1746-1786). Como se sabe Lázaro sólo estuvo
en Oviedo entre 1781 y 1786, fecha de su muerte. Este aria, carente del
habitual recitativo previo, está dedicada al Niño Jesús. “La música —destacó la
profesora Sanhuesa— tiene varios detalles descriptivos como subrayar
rítmicamente la palabra ‘calla’, o ‘descansa’, con melodía descendente,
aludiendo al reposo, al sueño”.
La soprano
Elena Martín intervino como solista. Es sabido que la tradición hispánica
reserva el término ‘tiple’ para quienes se encargan de la más aguda de las
voces. En las capillas de música catedralicias esa voz la podían realizar
niños, adultos falsetistas o capones (castrados) pero se excluía a las mujeres.
La forma
‘soprano’ viene de la palabra italiana que alude a esa misma voz y que es
masculina, así como del concepto de ‘superius’, que se usa para la música
escrita y en la teoría, pero no para los cantores. Hoy día una pieza para
tiple, como la que nos ocupa, puede ser cantada por niños de ambos sexos, por
contratenores sopranos o por sopranos femeninas.
A
continuación se pudo escuchar Salamandras que ardientes bebéis, villancico de
tonadilla con 4 tiples solistas, violines, trompas y bajo continuo, de Pedro
Furió, que fue maestro de capilla en Oviedo desde 1775 hasta su muerte en 1780.
Hay mucha confusión sobre su vida, pues se mezcla con la de un hijo homónimo e
incluso con un tercer Furió. En todo caso éste es el “bueno” y el que tenía un
prestigio en su época que había superado incluso las fronteras de España.
La obra
trata un momento del martirio de Santa Eulalia, que tanta literatura produjo en
toda Europa (del latino Prudencio a Lorca) y que tanta música generó en la
Catedral de Oviedo por la sencilla razón de ser esta niña santa —y dispuesta a
defender la fe hasta su atroz martirio— la patrona de la diócesis, como también
lo es de Oviedo y de muchas otras localidades.
María
Sanhuesa explicó el simbolismo de la salamandra, pues es creencia popular que
no se quema con el fuego, y señaló que se usaban joyas/amuletos contra la
fiebre que tenían forma de salamandra. Pero quizá el detalle más erudito lo
puso la musicóloga al ofrecernos los nombres de los cuatro tiples que cantaron
en su día esta obra en la capilla catedralicia: Santos, Canales, Candás (que es
apodo) y Francisco Squarciafico, hijo de un instrumentista de la capilla. Y para
que conste en algún sitio, recojo aquí los nombres de las seis jóvenes que lo
hicieron en esta ocasión: Verónica Roal Rivero, Isabel Pérez Cuenco, Patricia Suárez Lobo, Celisa
Fernández Alonso, Kassandra Fernández Alonso y Lucía Nieto Vegas.
La tercera obra
supuso un notable giro estilístico derivado de la propia funcionalidad de la
composición, que en este caso era ya plenamente litúrgica en su origen. Se
trata de un himno de maitines de Francisco Nájer, titulado Domare cordis
impetus,
a 8 voces en 2 coros y bajo continuo (1780). Está dedicado a Santa Isabel de
Portugal. Es el resultado de un ejercicio de composición para las oposiciones a
maestro de capilla, que ganaría el ya citado Joaquín Lázaro.
Comentó
María Sanhuesa que la obra se compuso con “término de 24 horas”, que es la
expresión de la época para decir que ése era el tiempo máximo del que disponían
los opositores para componer la obra, un poco a la manera de las “encerronas”
de las oposiciones académicas, recordó la presentadora.
Elisa García
asumió en esta ocasión la dirección del coro, quedando Maíllo a cargo del
continuo. Desde el punto de vista de la himnodia presenta una estructura
compleja, con versos de distinto metro y diversas combinaciones de pies. Su
texto explica cómo la reina Isabel de Portugal domó el ímpetu del corazón y
optó por la vida religiosa, renunciando a los bienes materiales para alcanzar
los eternos y celestiales.
A mí me
resultó particularmente interesante el tratamiento con diversas densidades
corales de los distintos versículos y hemistiquios. Y luego están esos pasajes
imitativos, que no desdibujan el sentido del texto en absoluto, servido con una
música muy inspirada y solemne.
Por último
se ofreció Del risco
se despeña, aria
para tiple, violines, trompas y bajo continuo, del ya citado Joaquín Lázaro, de
nuevo con Elena Martín como solista. Una vez más, la profesora Sanhuesa apuntó
detalles de interés. Por ejemplo que el niño que interpretó este aria era Josef
María Páez, hijo del maestro de capilla Juan Páez Centella. Y como Páez llegó a
la muerte de Lázaro, “esto nos indica —apunta la musicóloga— que tras 1786 este
aria siguió cantándose en la catedral”. La pieza —prosiguió— es un aria da
capo, carente de recitativo, que como la primera de la sesión abunda en detalles
descriptivos: al fin y al cabo, todo el mundo de la música “poética” o retórica
musical llevaba ya más de siglo y medio circulando por Europa.
IV. Los músicos
Samuel Maíllo fue
también, junto con diversos colegas del mundo de la música y la orientación de
María Sanhuesa, el responsable de poner a punto en los atriles todo este
antiguo material, lo que es un esfuerzo digno de mención.
Al final tuvo unas
palabras de agradecimiento para muy diversas personas e instituciones. Aludió
Maíllo al concepto de altruismo, algo que considero más importante de lo que pudiera
parecer a simple vista y que, en determinadas sociedades (no en la nuestra)
tiene efectos asombrosos en las acciones sobre el patrimonio.
Todos estos jóvenes
cantores e instrumentistas, solistas y directores merecieron el cálido aplauso
del público tras cada interpretación y al final de la velada. Es de destacar
esta característica de juventud de la inmensa mayoría de los que hicieron
posible el concierto, algunos haciendo probablemente sus primeras armas como
músicos ante el público, otros sin duda más curtidos, todos con ánimo y ganas,
atentos a las indicaciones de los directores Samuel Maíllo y Elisa García.
Este blog no se dedica a
la crítica musical. Dejo las posibles objeciones sobre aspectos interpretativos
—siempre posibles y aun útiles si son constructivas— para los tiquismiquis
aquejados de tiquismiquis, pues dice la RAE que la palabrita no sólo se refiere
a ciertas personas sino también a los síntomas que los caracterizan y que
consisten en “reparos vanos o de poquísima importancia” con que suelen
entretenerse.
V. Un
detalle de gestión
La transferencia
del conocimiento, que es la aspiración de cualquier equipo científico, va mucho
más allá de la muy meritoria difusión de resultados. Sólo teniéndolo en
cuenta es posible presentar un bien cultural que resulte atractivo cuando se
oferte y que incluso pudiera ser demandado. Existen varios planteamientos
posibles, siendo el llamado modelo de la “triple hélice” (interacción de los
marcos académico, institucional y empresarial, simplificando mucho) muy propio
para obtener buenos resultados en ámbitos como el que nos ocupa. Hoy no procede
extenderse sobre este asunto, pero es crucial y por ahí van los tiros. Aquí lo
dejó apuntado por si a alguien le sirve.
Al final,
como ironizaba María Sanhuesa, se trata de no tener que esperar otros 250 años
para volver a escuchar músicas tan valiosas como las presentadas en esta sesión
de clausura de Las veladas de los jueves de la Escolanía de San Salvador.
Foto
cortesía de Enrique Campuzano.
Muchísimas gracias por la asistencia al concierto y por la entrada en el blog. La verdad es que el repertorio interpretado hizo que fuera una velada histórica, que debería haber dejado más testimonios palpables para la historia. Lección aprendida…
ResponderEliminar¡Gracias de nuevo!
Gracias a ti. Y entre unas cosas y otras todo va quedando documentado.
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